viernes, diciembre 29, 2006

VERDADES ÚTILES PARA INICIAR ESTE AÑO

¿Que el amor todo lo puede?
Mentira.

¿Que el mal no siempre triunfa?
Mentira.

¿Que no soy yo el que traza los mapas,
el que abre la puerta, el que te avienta tierra a los ojos?
Mentira.

jueves, diciembre 07, 2006

Tres apuntes sobre la rebeldía

1. Los rebeldes huimos combatiendo

Cuando le preguntaron a Kasuo Michina por qué se había levantado en armas, miró fijamente a los corresponsales y les dijo: “hay horas en la vida de un hombre que sólo cobran significado cuando dice ‘no más’”. Su pequeña compañía se apostó a las afueras de las oficinas donde, según la agenda del día, habría de reunirse el primer ministro con gran parte de sus secretarios. El ataque fue sorpresivo, sobre todo para Michina. El misterio del fuego cruzado estuvo resuelto horas después, cuando supo que un traidor entre los suyos posibilitó la contraofensiva gubernamental. “Los hombres que buscábamos no estaban ahí”, refirió años después el general en una entrevista para el Time. “Aún así tomamos el edificio por asalto y aguardamos”. Allí refugiados esperaron refuerzos.
La refriega duró varias horas, hasta que la rebelión de Michina salió victoriosa. En su Historia del siglo XX, Eric Hobsbawm apunta: “Ningún otro golpe de Estado fue tan bélico en su discurso ni tan humanitario en su aplicación como el del general Kasuo Michina. Y resultó por ello tan contradictorio, que su desenlace sólo pudo darse en el ámbito de lo trágico”. Se rebeló, fue rey y después lo exiliaron. Antes de suicidarse Michina releyó a Camus, pero se negó a aceptar que sus acciones fueran algo anticipado y previsto.
En una de sus últimas entrevistas, al preguntársele qué era lo que más recordaba de aquellas horas, respondió: “A mi hermano, el traidor”. Y abundó: “Sospeché de todos todo el tiempo, excepto de él. Pero a la distancia resulta lógico: el hombre puede rebelarse contra la rebeldía. Por ello no lo aborrezco ni le guardo rencor”.

2. Los rebeldes no usamos pantuflas

Al abuelo aquello de la rebeldía le parecía cosa ociosa. Había visto a su viejo amigo Lázaro salir de las películas en tercera dimensión furioso o hecho un mar de llanto, agitando los lentes bicolores diciendo: “no sirven, otra vez me dieron unos que no sirven”. Volvía y lo intentaba una vez más, y poco le interesaba que el boletero, sorprendido, dudara antes de darle los lentes a un tuerto. Pero la tiranía de la abuela alcanzaba ya límites insospechados, y era su empeño diario el poder rebasarlos, no importando que la gravedad del asunto no lo ameritara del todo.
En un tibio remanso de las voces que acostumbraba dar la abuela por la tarde, Roberto alcanzó al abuelo en el patio. Agitado, lo sacó de una contemplación de siemprevivas, hasta alejarlo lo más posible de la vista del enemigo. Entonces le dijo: “la abuela, furiosa”. Y comenzó a contarle de las gallinas que habían llegado a la recámara quién sabe cómo, de la sorpresa que se llevaron él y las gallinas cuando la abuela entró al cuarto, del futuro que ella le negaba en toda la retahíla de condenaciones que se acumulaban en el aire. El abuelo asentía, escuchaba atento y en silencio.
“No es tan grave”, dijo por fin. Y agregó: “te ayudaré”. Trepados en un árbol vecino, escondidos los dos de la cólera de la abuela, a Roberto aquel escondite le pareció el mejor escondite, y comprendió que su abuelo no era ni tan intrépido ni tan valiente como suponía, pero sí ingenioso. El abuelo, bien agarrado de las ramas, pensó lo mismo. Al día siguiente buscó a Lázaro, y a grandes rasgos le explicó el plan. “Todo depende”, dijo aquel, “del resultado que obtengamos hoy”. El abuelo pensó que en las revoluciones no todos se sublevan por lo mismo, así que aceptó el trato, apagó su cigarro y entró con él al cine.
“Un tuerto, un anciano y un niño”, recapituló la abuela cuando los vio llegar y supo de sus intenciones. “¿Cuánto miedo debo tener?”, preguntó con ironía. “Todo el miedo del mundo”, respondió el abuelo. “Hoy por fin sirvieron los lentes de Lázaro”.

3. Los rebeldes perdemos la gracia cuando dudamos

Porque todo es igual, a Mara le aterraba vivir bajo el yugo de una estirpe que se corrompe. Su familia presentó los primeros síntomas una tarde de agosto y recordó, sin proponérselo, que la nieve al condado de Moab no tardaría en llegar. Sólo por eso estaba decidida. Antes de verse disminuida, antes de encontrarse despojada de la seguridad y el alivio, habría de imponerse contra lo que viene: el mundo, su contemplación y su derrota, una última advertencia antes de sucumbir a su destino. “¿Podré? ¿Tendré la fuerza?”, se preguntó. Escuchando a Beth Gibbons trazó un plan. Y luego otro. Y otro.
“No hay salida”, suspiró. Vencer todos los obstáculos no garantiza un triunfo permanente, le corroboró la voz en el teléfono, y ella contuvo la respiración un rato, acarició una superficie rugosa, y pensó que conocer su futuro era lo más rebelde que podría hacer. Cuando le anunciaron la muerte de su hermano el primogénito, no se sorprendió.
Se le acercó al oído y le cantó. Al terminar le acarició el pelo y repitió en voz alta aquella línea que decía: I’m here to stay. “Rebelarse y fracasar es humano, pero también inútil”, le dijo Ruth una noche después. Y le contó la historia de un antiguo rey de Moab, que en el camino a la contienda tuvo una revelación. Reunió a sus hombres y les dijo: “Lucharemos y ganaremos, lo sé, se me ha permitido saberlo”. A mitad de la batalla, cuando el enemigo lo acorralaba y sus bajas eran casi totales, uno de sus hombres se acercó y le preguntó: “si ya sabías que ganaríamos, ¿por qué insististe en venir a pelear?”
Mara esperó con tristeza su siguiente taza de café –“sin azúcar, sabes que no la merezco” -, y miró por largo rato a Ruth. Pensó en las primeras horas del hombre en este mundo, del sitio fugaz de la memoria, y por un instante tener y carecer le parecieron cosas fuera del tiempo. Una noche agigantada, la mano secando el rostro, se abrieron paso.
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Publicado originalmente en Registro No. 13, noviembre 2006, cuyo tema fue "La rebeldía".

jueves, noviembre 30, 2006

De saber que venías te tendría un pastel

Estimado Nabucodonosor: es usted un viejo risueño y callado, lo cual se vuelve una contradicción de términos que no nos llevaría a ningún lado, si no fuera porque lo estimamos y nos preocupa que no salga usted más de su cuarto. Si acaso ha descubierto un universo dentro de su departamento; si en su capacidad de asombro caben las hormigas, la luz que por entre las cortinas ilumina partículas de polvo en el aire, la esquina que siempre ha sido esquina; si el tiempo dejó de correr en su sala de estar, si la televisión lo esclaviza y lo libera, si ha descubierto que no hay vuelta atrás, que las decisiones están tomadas y viven en la Isla de las Decisiones, entonces hace usted bien de no salir.
Nada da más luz que una dama a mitad de la luz.
Ni nada menos.

viernes, octubre 06, 2006

Donde los héroes respiran dolorosamente
confundidos con sus estatuas

Mis recuerdos cumplieron años. Caminé las calles que caminé, fui a los lugares a los que fui, estuve donde alguna vez ya estuve, como quien anda un camino tantas veces recorrido. Un tour por la memoria y el espíritu, antes de que desaparezcan como ya lo han hecho los lugares de mi infancia.
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Siempre llego tarde. Mis personajes no. Ellos viven la vida que no tengo. Pero un día un personaje, llamado Aldo Iván, llegará tarde a todos los lugares que tenga que ir, y llegará sólo para escuchar: lo sentimos, perdiste; se fueron sin ti; ella se cansó de esperar y se fue. Aquellos que lean el cuento –que se llamará, propongo, Iván en punto-, llegarán a la conclusión de que no, que el personaje jamás llegó tarde. Fue puntual en alcanzar su derrota, como todos los demás. Y cuánta razón tendrán.

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ausencias de relámpago que iluminan, así volverás y volveré
como señal de victoria al reino, una ciudad sin las murallas
que el viejo abad levantó como íntimo tesoro que antaño no me fue dado asaltar.

(Por colores, o todo seguido, como se quiera leer).

domingo, octubre 01, 2006

Las batallas que guardo para mí mismo

Ciego de noche, ámbar que guarda
al corazón como una roca,
puedo recordar la barbarie del mundo,
las batallas que tuve que perder
para no hallarme en el trono
de los que todo lo tienen,
felices en su hartazgo
y del todo vencidos.

Pero allá donde no combatí
me espera un llano,
un claro donde un ejército
renuncia al amor
esperando un abrazo, el remoto
luchar contra la nada,
la absolución del hombre
porque así está escrito en el
libro aquel imposible de leer
porque ciego de noche, ámbar que guarda
al corazón como una roca,
me señalo a mí mismo
en el barco de los que vuelven derrotados.

lunes, septiembre 18, 2006

Hojas de hierba

Walt Whitman estuvo aquí:


25. No soy mala hierba,

sólo hierba en mal lugar...

Enrique Bunbury, Sácame de aquí

domingo, septiembre 17, 2006

Las hormigas muertas

Confiado de que la literatura sirve para algo, no dudé en ayudar a mi padre cuando encontró un campamento de hormigas feroces justo a la entrada de la casa. Hacían de las suyas entre la basura, y como todo lo que sucede en esta casa es mi culpa, también resultó serlo el que las hormigas se instalaran ahí con veraniega comodidad. Antes de cualquier acción definitiva, pedí tiempo para ir por José Carlos Becerra e investigar lo que proponía él en estos casos. En efecto, como lo recordaba, en El otoño recorre las islas viene un poema llamado cómo retrasar la aparición de las hormigas, y en él se habla del paso del tiempo, de los padres, de la juventud y de la vejez. Pero nada de qué hacer cuando las hormigas se dejan de metáforas y se cargan la comida en la espalda. Mi padre, siempre atento, me preguntó si las íbamos a matar leyéndoles. Fin de la discusión. Usó Raid.
Y luego voy y leo que a J.M. Coetzee le preocupa que sus traducciones al coreano o al serbio no sean del todo claras. Uta. Preocupado debería estar porque sus libros en el idioma original le sean de utilidad a quienes los leen.

lunes, septiembre 11, 2006

¡Adiós su Majestad, mi Reina, mi ciudad, adiós!

1. Mi próxima novia será una botarga. Muy gorda y muy bonita, repartirá besos y saludos por la calle a todo aquel que quiera recibirlos. Los niños, o las mamás de los niños, la detendrán para sacarle fotos, para que los salude de mano, mientras yo reiré divertido y no me dará pena que me digan que me vieron con mi novia la botarga.
Pero no pasaré más de una noche con ella. No quiero descubrir sus secretos. No quiero ver su rostro demacrado y triste. No quiero oírla gritarme, desde el baño, que ella conoce mil hombres mejores que yo.

2. Así ha sido mi vida: náufrago y congelándome, se me ha pedido que me aferre bien a los pedazos del barco, que no tardarán en venir a rescatarme. Y me lo dicen desde la cubierta de un barco en fiesta, con todas las luces y todas las risas encendidas. Entonces me suelto y floto, porque la deriva no conoce de egoísmos ni rupturas ni terminará mirándome con lástima. Cada vez que naufrago, la deriva me lleva a un refugio temporal, donde me dan cobijo y la sopa está tibia pero no más. Hasta que me echan.
Acostumbrado así a que nunca es para siempre, hoy me dispongo a soltar mi pedazo del barco. En la cubierta del que se aleja comienzan a repartir las luces de bengala y a decirme adiós con las guirnaldas.

3. No voy por la vida contando mis cosas, y me he negado a colgarme de una cadena la tablita esa que dice: “Quiéreme, seré escritor”. Mis amigos son divertidos y viejos, en ese orden, y hace diez años contamos un chiste que hoy sigue haciéndonos gracia. Robé por necesidad; traicioné una sola vez y aprendí mi lección. Miento todo el tiempo, pero dejaré de hacerlo cuando me vuelva de verdad un espía, un partisano, el genio a premiar, Steve McQueen. Nunca he roto el corazón de una mujer, pero el mío acumula medallas por lo contrario, como marcas de inundación. Amé y no me amaron, o dejaron de hacerlo, y muchos creerán que así será el fin, pero yo convocaré a los que aún no se rinden, haremos una fiesta y después los invitaré a verme morir. Creo en el destino, en el azar, en los concursos con la presencia de un interventor de la secretaría de Gobernación. Y creo que al final seré feliz, porque la vida ya no tendrá secretos para mí, porque este día tan largo por fin terminará, porque lo posible por perder lo habré perdido ya. Seré feliz. Ya lo verán.

jueves, septiembre 07, 2006

Iván el equilibrista

Hablar de los muertos es hablar de uno mismo, de las cosas que nos pasaron cuando éramos niños, de un corazón entre las sábanas que era como una isla, tibia y sola como una hermana coronada y roja. Como granada.

Hablar de esos años es ganarle a la ausencia en partido arreglado, los idos uno Iván cero, es mirarle los hilos a la gracia, espiar al mago entre la gente o saber que a la larga ella terminaría largándose.

Hablar de la víspera es contar las mañanas con los dedos, mirar como mira la alegría un ciego, soñar la caricia dura del homicida y su patente de corso contra tu ternura. Es dar un golpe y salir corriendo, en pie de lucha un botín de luz. Una ilusión.

Pero en tu casa buscaré la condición del azar, el estanque del maharajá, la maldad que te di. La canción de Goliat.

miércoles, agosto 30, 2006

Carta al blog

Has cumplido un año, querido blog, y no he hecho de ti la gran cosa. Comprendo que nuestra relación es como la de un padre con un hijo, y como buen padre que soy te comparo con los demás blogs, y lo hago porque los especialistas recomiendan no hacerlo, pero qué saben ellos de tener un blog. Te miro y los miro, y no eres mejor. Y me gustaría gritarte y señalarte a los demás y exigirte que fueras como ellos, que no fueras tonto ni torpe, ni que llores como niñita, y mandarte al diablo cada vez que quisiera.
Entonces me entra algo así como un amor de padre, y me compadezco de ti, porque estás todo el tiempo a mis expensas. Y para que me perdones pienso en hacerte una fiesta, de esas en las que pasan muchas cosas y todos se divierten. En ese momento me doy cuenta que no he hecho de ti la gran cosa, y recuerdo cómo a otros blogs los visita mucha gente, y les hacen muchos comentarios, y tienen lectores espontáneos y son famosos. A tu fiesta no vendría nadie, o casi nadie, porque estarían pendientes de otros blogs que sí son la gran cosa, como más divertidos, más ocurrentes, y tienen amigos que a su vez tienen amigos y entre todos se quieren.
Quién te quiere a ti no sé, pero a veces yo. No es mucho, pero es algo. Porque a ti nadie te recomienda en ningún lado, ni has hecho amistades con otros blogs al grado de tener chistes locales, visitarse diario y encargarse cosas. Es mi culpa. No es el mundo real y no llegará el día en que te escribas tú solo, en ir por el mundo sin acordarte de mi. Qué le vamos a hacer.
Pero tú eres el blog, blog, como diría Marty McFly, así que en lugar de fiesta salí a buscarte un regalo. Pensé en comprarte unos lápices y un cuaderno, hasta que comprendí que eso era bastante estúpido. En vez de eso te compré un sombrero con luces de colores. Según el vendedor, ya puesto luce así:

Felicidades blog. ¿Cómo? ¿Que te pone triste cumplir años? A mi también.

lunes, agosto 28, 2006

¡Me quiero volver chango!

Uno. Viendo los nuevos anuncios de Axe, recordé la escena de la película aquella en la que un tipo trata de impresionar a una mujer recitándole Táctica y estrategia, de Mario Benedetti. Para su sorpresa, la muchacha lo interrumpe y concluye ella misma el poema. “Yo también he leído a Benedetti”, le dice. Pensé que Axe podría retomar la escena sin mayores complicaciones: llega un tipo con un libro y comienza a leerle a la guapa señorita. Ella, absolutamente seria, lo mira fijamente como diciendo “por favor, vete”. En ese momento la voz en off entra y dice: “Cuesta cien pesos menos que una antología de Benedetti, pero funciona”.

Dos. He reflexionado sobre el libro de Santiago Gamboa, El síndrome de Ulises (Seix Barral, 2005). Parece como si los escritores, en los últimos años del siglo XX y en los que ya se acumulan del XXI, tuvieran la imperiosa necesidad de despojar a la literatura de su pertinente capacidad de fabulación. Peor aún, asumen que las vidas de los estudiantes de literatura aspirantes a escritores son anecdóticamente suficientes como para convertirlas en relatos novelados, y así disfrazar el acontecer cotidiano de un supuesto ejercicio de imaginación.
De la pedantería de la vanguardia se quedan sólo con la pedantería, y la distancia entre autor y obra se socava, arropados en un discurso que puede resumirse en “yo soy mi obra”. De escritura ágil y, por lo mismo, de fácil lectura, El síndrome de Ulises pretende hacernos creer que lo literario es inherente a la vida del escritor. Y entonces la cosa es fácil. Los payasos no montan un show para hacernos reír: creen que la gracia estriba en verlos pintarse la cara frente al espejo de su cuarto.

Tres. Eduardo Milán, poeta uruguayo avecindado en México, puede estar dando su mejor curso hasta ahora en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Supuse que mi reencuentro con él sería algo áspero, pero no. En la primera clase quedó zanjado el asunto. Dijo Milán: “porque nos debe quedar claro que no podemos decir cualquier cosa”, y volteó y me miró. Para que me quedara claro, repitió la frase mirándome. Listo. Mi estupidez juvenil parece disculpada.
Después, el anecdotario. Pregunta el poeta con quién leímos a Dante. El grupo responde que con la italiana Paola Leoni. Pregunta el poeta con quién vimos a Jakobson. El grupo responde que con la japonesita Ana Tsutsumi. Al preguntar con quién analizamos Las Meninas de Velázquez, el poeta se adelanta y pregunta divertido si fue con algún neozelandés. Peligrosamente comienzan las referencias a la poesía medieval. Me propongo a mí mismo que si el poeta pregunta con quién leímos a Guido Cavalcanti, yo responderé divertido que con el uruguayo Eduardo Milán. Pero me quedo con mi chiste. Recuerdo las palabras iniciales y me digo: no se puede decir cualquier cosa, Valdés, no se puede decir cualquier cosa. No importa que esta vez sí vengas al caso.

Cuatro. Nuestro clamor favorito de la semana: ¡Por lo que más quieran, dejen ganar al wampa!


martes, agosto 08, 2006

Carta abierta a AMLO

Estimado Andrés Manuel López Obrador.

Los niños del cuadro de honor del sexto año de la escuela primaria “Lucas Alamán”, vemos con preocupación, por lo que solicitamos exámenes de la vista y lentes nuevos a las autoridades competentes. Le informamos además que nos sumamos, nos restamos y nos multiplicamos, y también a veces nos numeramos y hasta nos tomamos distancia. Por ello, nos unimos para afirmar, categóricamente, que:

Wenceslao juega waterpolo

Reiteramos, además, que no hay que hablar con extraños, que debemos lavarnos las manos antes y después de ir al baño y que si nos pica la colita, en una de esas tenemos lombrices.

Atentamente

Pedrito, Perlita, El Chango, y dos firmas más.

jueves, agosto 03, 2006

Los Supersabios

Post suspendido hasta que todos seamos adultos.

O hasta que fráncamente ya no me importe.

Hasta entonces.

lunes, julio 31, 2006

"Disculpe, ¿cuánto le costó su Peje?"

Lo mejor de las asambleas informativas de Andrés Manuel son los suvenirs. Aquí, unos que conseguí en las últimas dos marchas:


El muñequito trae chupones en las manos, para pegarlo en las ventanas del coche y que vaya soltando sus rayitos de esperanza por las avenidas. La taza, esa como que se despinta a la segunda lavada, así que o sólo se enjuaga después de usarse, o de plano se exhibe junto con la cristalería de Bohemia de la casa.

(y ya le manejo lo que es la actualización):

Aquí, una linda postal de la Tercera Asamblea Informativa:

(Para más fotos de la concentración del domingo pasado, o simplemente otras buenas fotos, visiten el fotoblog de Enrique Escalona, linkeado aquí al ladito. Recomendable).

PD. Hasta las diez de la noche de este lunes 31, los campamentos en la plancha del Zócalo estaban todos colocados. Saliendo del metro con el mismo nombre, la verbena popular seguía: un grupo de mariachis cantaban aquella de “La media vuelta” y la gente coreaba, bailaba y aplaudía. Los comedores públicos seguían en servicio, y de cenar servían huevos revueltos con salsa verde, frijoles refritos y dos tortillas (de buen sabor, por cierto). Sobre las avenidas Madero y Juárez, pequeños grupos se congregaban para ver los videos de Luis Mandoki o alguno de los reportajes del Canal 6dejulio, delegados y exdelegados visitaban sus respectivos campamentos y seguían jugándose ajedrez y domino en algunas carpas. Los restaurantes de comida rápida –McDonalds, Burger King, Subway y KFC –seguían abiertos y en servicio, al igual que los 7Eleven y el Starbucks de Gante; algunas misceláneas estrenaban su servicio de 24 horas, siguiendo el ejemplo del Sanborns que está frente a Bellas Artes.
Por la presencia nutrida de niños, una pequeña feria en Juárez echaba a andar una vez más, las tiendas de campaña cercanas se iluminaron de pronto, y los niños daban vueltas y gritaban.

domingo, julio 16, 2006

De la segunda carta del apóstol san Pablo a los corintios

"Hermanos: Para que yo no me llene de soberbia por la sublimidad de las revelaciones que he tenido, llevo una espina clavada en mi carne, un eviado de Satanás, que me abofetea para humillarme. Tres veces le he pedido al Señor que me libre de esto, pero él me ha respondido: 'Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad' ".
12, 7-10

viernes, julio 14, 2006

Mis días entre los árboles fluyen como un sendero luminoso

De vuelta a las ruinas que fueron su vida, ¿qué hará el hombre consciente? ¿Y el sentimental, el puro romántico? ¿Colocarán piedra sobre piedra, codo a codo, hasta el amanecer? Porque el derrumbe es un reino apresurado, sigilo que sucumbe ante la urgencia de ser una calle, una lluvia entre la gente, un amor. ¿Ser el rey de los escombros? ¿Dar voces entre lo que fue y ahora no es sino una fría sentencia de la nada? Hay hombres que apuran el paso y al doblar la esquina encuentran el futuro, la paz deseada, un hogar. Están los que no corren, los que prueban sus alas por años antes de echar a volar, los que miran los mapas. Y está el torpe que esto escribe.
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Hoy soñé. Levanté la bocina y ahí estaba yo, hablándome de urgencia desde un teléfono público, a mitad del drama, queriendo advertirme de algo que me sucederá en su pasado. Que se ha visto tan triste que no podré reconocerme cuando en un aparador sin querer me refleje, que he combatido al león y no salí vivo, que mis días entre los árboles fluyen como un sendero luminoso. Ante todo me pidió no llorar, ser como las rocas que aunque las piquen insisten en ser rocas, atreverme a apagar la luz cuando estoy solo, aprender a besar.
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Las tardes en que soy yo mismo soy un gran orador: pongo un puño de tierra en mi boca y trato de adivinar lo que estoy diciendo. Las otras tardes quisiera ser el único cartero del mundo, el último descendiente del mono, la espada que se rompe antes de atacar. ¿Podrá Dios crear al hombre que lo sea todo en todo? ¿Mi mejor amigo, el amor platónico de la mujer que me dejará por él, el hombre justo que se combate a sí mismo porque él mismo es el tirano? No lo sé, pero conozco un lugar donde todas las tardes nombran una por una a toda la gente que conocí y no amé, que me conoció y no me amó.
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Esto dice el Salmo 7:
“Señor, Dios mío, si algo de esto hice,
si hay en mis manos injusticia,
si a mi bienhechor con mal he respondido
si he perdonado al opresor injusto
¡que el enemigo me persiga y me alcance,
estrelle mi vida contra el suelo,
y tire mis entrañas por el polvo!”
Y termina diciendo:
“Doy gracias al Señor por su injusticia”.

jueves, julio 13, 2006

I'm not a lucky guy

Disculpe, amigo lector, si me embarga la tristeza. Pero existen días así, disciplinados en su convicción de molestarlo a uno, sin mayor gracia que ver la cara de imbécil que uno les pone. Ni la astucia, ni el chiste blanco, ni el pequeño asunto de la maravilla, valen algo contra su milagrosa capacidad para hacer daño.
Que Dios no lo quiera, amigo lector, ni su destino tampoco, ponerlo frente a transes tan tristes como un corazón roto, un amigo perdido o un esfuerzo consagrado a la nada.
Le deseo, en cambio, que sus sueños se cumplan, que atestigüe milagros, que crea y tenga fe ciega en el amor y que éste no lo defraude. Si algo de esto le sucediera en contra, no dude en decírmelo. Pero créame cuando digo que no encontrará en mí palabras de aliento, ni abrazos ni pañuelos para la pena. En cambio le diría que nos vieramos para beber, en el bar aquel en el que ya nos conocen, y burlarnos el uno del otro diciendo “pero mírate qué triste estás”.
Discúlpeme, amigo lector. Hoy no ha sido un buen día. Hoy soy otro.

sábado, junio 24, 2006

Para que los ausentes no falten, acérquese

El viernes fue un buen viernes, de esos que hay pocos y son raros. No me perdí, aunque nunca había ido yo hasta la UAM Iztapalapa. Tampoco perdí, porque me llevé el tercer lugar en el concurso de creación del VII CECIL 2006, aunque en el diploma dice “segundo lugar” y a mí me sabe como si me hubiera llevado dos premios juntos. Algún día el pequeño cuento de La cena se publicará bajo su nombre definitivo, Parras o la sonrisa, y será muy famoso y hará llorar a las muchachas lindas. Pero por el momento se plantó, y ganó un lugar que su autor, el que esto escribe, ni siquiera había considerado. Los pequeños son afortunados, y a pesar de haberse enviado al cinco para la media noche del último día de la convocatoria, se coló hasta el final, y quedó entre los primeros. Y hasta allá fui yo a recogerlo, y a recoger los libros que se había ganado. Lo festejé con vino blanco, cervezas, sopas Maruchan y agua de limón, y se mojaron un poco él y los libros que ganó porque estaba lloviendo, y yo sin mochila porque no esperaba volver a casa con las manos llenas. (Pero en la premiación nos encontramos a Edgar Rivas, el mismísimo director de Registro y artífice de las sopas Maruchan, y de lo que aquí hayamos omitido él podrá dar cuenta cabal).
Ahora, una foto de mi boda.
Bien, amigo lector, ya nos dimos cuenta que sí estás poniendo atención. Ahora sí, una foto del diploma y de los libros que ganó el cuento y que recogí yo, aquel vienes que fue un buen viernes, de esos que hay pocos y son raros.

jueves, junio 22, 2006

The Absolute Man


Hay que verlo salir del auto, enfurecido, sacar a Ali MacGraw del asiento delantero, recargarla en la puerta y comenzar a golpearla para saber, inmediatamente, que Steve McQueen está teniendo un mal día. Al final se reconciliarán en medio de un tiradero de basura, dentro de un Volkswagen partido por la mitad, y lograrán no sólo quedarse con el dinero del asalto al banco, sino cruzar la frontera con México. Al final el día terminaba mejor.
Pero casi nunca era así. Ya antes había combatido una masa chiclosa del espacio exterior; había logrado sobrevivir, junto con Yul Bryner, a la defensa de un pequeño poblado mexicano e intentado hacer de su huída en una motocicleta alemana, un gran escape. Terminaba vivo y solo, y no eran finales felices.
Siempre ileso, las heridas las llevaba por dentro, y acaso ir perdiendo los dientes en su papel de Papillon fuera más sencillo que moler a golpes a Ali MacGraw en la vida real, cuando estuvieron casados. Portó un arma en su papel de Frank Bullit, e hizo de San Francisco su pista de carreras, pero cargo una pistola por el resto de su vida cuando supo que el azar, o la fortuna, le hizo faltar a la cita en casa de Sharon Tate el día que Charles Manson irrumpió en ella.
Pudo haber actuado con Audrey Hepburn en Breakfast at Tiffany’s, pudo ser Harry el Sucio, ser parte de Apocalipsis ahora, ser alguno de los dos en Butch Cassidy and the Sundance Kid, hacer El guardaespaldas antes que Kevin Costner, y perseguir a Rambo en First Blood. Pero la fortuna que lo salvó también lo alejó de todas ellas, y prefirió enfermarlo de cáncer y hacer de sus últimos años una pista de carreras donde su Ford Mustang del 68 competía contra la muerte.
Al final perdió. Cruzó la frontera y murió en Ciudad Juárez. Lo más cercano que tuvo a un final feliz fueron esas últimas escenas de La huída. Pero cuando “The Man” lo vencía a él, “The Cincinnati Kid”, en un partido de póquer prolongado por horas, y al salir de aquel juego un niño de color lo reta a un juego de rayuela, y también pierde, la historia se equivocaba. No perdía el niño, sino el hombre. El Hombre.

miércoles, junio 14, 2006

Those were the days

No sabía que lo recordaba.
Hace mucho tiempo, de niños, jugabamos a construir un fuerte. Luego lo derrumbabamos con nuestros pies, y el pequeño fuerte volvía a su estado natural de arena. A veces lo inundabamos, y los valientes soldados verdes flotaban buscando reagruparse. Hacia calor y vestíamos camisetas blancas, escondidas bajo los manchones de la batalla. Entonces nos llamaban y saliamos corriendo, escondidos del enemigo con olor a sopa y a trastes limpios. Fraguabamos el siguiente escondite, la próxima misión entre los matorrales. Aquel viejo perro tan querido nos ladraba. Eran grandes victorias.

miércoles, junio 07, 2006

¿A dónde se fueron todas las carpas?


Si lo posible es posible, entonces no me cabe duda que las carpas, simplemente, le plantaron cara a su destino. ¿Por qué depender para siempre de la gentileza de los extraños, que las alimentaban con galletas de animalitos por simple diversión dominical? Horadaron el piso, gordas y muchas como eran, hasta vislumbrar el camino rumbo al paraíso de las carpas. Ahora o nunca, patria o muerte, venceremos. Una legión que seguramente pasó lista antes de descubrir, en la caída, el pecado de hybris que estaban cometiendo: no basta ser carpa ni ser gorda, para escapar del sino que nos aguarda. No creyeron posible ser juguetes del destino.
Sin embargo las entiendo. Desde el fondo del lago, la mano que alimenta el mundo debe verse rodeada de destellos de luz, como una luminosa manifestación ondulante de un poder lejano e inaccesible. Debe ser angustiante.

domingo, junio 04, 2006

Cirilo o la selva oscura

Como dijo Gómez, “ah, carajo”. Resulta que el tiempo, como siempre pasa, pasa, y esta señorita se ha encargado de demostrarlo. No cabe duda que la Paleta, ella sí, solita, es otro boleto. De la pequeña Maria Joaquina que daba de vueltas en el Carrusel ya sólo queda el corazón roto de Cirilo, pobre, con su carita de angelito negro. Si a la niña rica la mareaba tanto dinero, a Cirilo sólo lo mareaban las vueltas en los caballos; pero, con las vueltas que da la vida, los mareos ahora los sufren todos los “lectores” de H, que han hecho de este número el más hojeado del Vips –algunos, con lágrimas en los ojos, le han arrancado el póster, me informan –y el único agotado en los 7Eleven. ¿Será que infancia es destino, y todos guardamos en nuestro corazón un pequeño Cirilo al que, para siempre, le meterán balín en su colección de balones y las rubias lo batearán despiadadamente, hasta hacerle escupir los dientes, cual Kirby Puckett? ¿Una onda así como del Dante, pero al que encima de llevarlo a ver los castigos, se los aplicaran también a él? “Chance”, diría Gómez. Porque entonces sí, mirando esos ojos y un tal bikini tejido, a la distancia podríamos decir que aquella resultó ser, en verdad, una divina comedia.

sábado, junio 03, 2006

RIMAR

En caso de incendio, rime. Si su tripulación lo traiciona, rime. Si su corazón lo delata, rime. Si un amigo de la infancia lo acusa, rime. Si la mujer del tranvía lo señala, rime. Si un viejo amor volvió, rime. Por si las moscas, rime. Rime por no dejar. Si su casa arde, si el valiente duda, si la estirpe se constipa, si un ciego lo mira, si el árbol no vuelve, rime. Si rima, rime. Rime, siga rimando, no pare de rimar.

lunes, mayo 01, 2006

La calabaza de agua y el fuego


Y dijo mientras sonreía imperceptiblemente:
-...Tan solo somos una calabaza de agua y no basta para apagar el incendio: pero ¿es que eso significa que el agua no puede hacer nada contra el fuego?... ¿es que puede decirse una cosa semejante?...¿es que podría decirse...?

En André Schwarz-Bart, La mulata Soledad, Aguilar, España, 1973.

lunes, marzo 27, 2006

¿Listo, Kelvin?*

1921 - 2006

-Listo, Moddard - respondí.
-No te preocupes por nada -dijo Moddard -. La Estación te recogerá en vuelo. ¡Buen viaje!

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*Último díalogo entre Chris Kelvin y Moddard, antes que el primero emprenda su viaje hacia la estación espacial estacionada en Solaris. En Lem, Stanislav, Solaris, Minotauro, España, 2000.

La redención imposible


Stanislav Lem “colaboró” con nosotros en mi primer número como director de Mediaciones. Yo escribí acerca de Solaris, y él ilustró los interiores. Jamás lo supo. Aquí uno de los dibujos que ilustraron el número:

Stanislav Lem, La curvatura del tiempo.

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Después de todo, Chris Kelvin sale a conocer el mar de Solaris. En una de las formaciones plasmáticas que se erigen sobre él, Kelvin logra ver una ciudad en ruinas, o algo muy similar a una ciudad en ruinas. Así la describe Lem: "Creí ver las ruinas de una ciudad arcaica, una ciudad marroquí, desquiciada por un terremoto o algún otro cataclismo. Divisé una intrincada red de callejuelas sinuosas, obstruidas por escombros, callejones que descendían bruscamente hacia la orilla bañada de espumas vistosas; más lejos, se perfilaban almenas intactas, bastiones de contrafuertes desconchados; en los muros combados, derruidos, había orificios negros, vestigios de ventanas o troneras. Toda esta ciudad flotante, peligrosamente inclinada hacia un lado, como un navío a punto de zozobrar, se deslizaba a la deriva, girando lentamente sobre sí misma".
La escritura del pasaje es muy similar a la prosa de Borges, de quien Lem fue atento lector. Por ello recupero aquí las palabras que, siendo originalmente para Tadeo Isidoro Cruz, bien pueden resumir el conflicto emocional de la novela de Lem: "Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es".
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La maquina de Trul habla de un robot que no conforme con no poder sumar, se vuelve un tirano. Con el paso del tiempo -leí el cuento en preparatoria-, he llegado a pensar que el problema no era el robot sino su tiranía. Por eso le dedico esta tira de Liniers a Lem, esperando que le haga gracia donde quiera que esté:

(¿Más de Liniers? Visite Cajón Desastre)

miércoles, marzo 15, 2006

Happy birthday, Mr. Ivan

Que cuando me miren pasar digan: “ah, el astuto”. Que cuando sepan de mi gloria dejen su mesa y vayan y me abracen. Que mi enemigo lea de mí y me perdone, que los barcos regresen la noche previa a mi funeral. Que tengan guirnaldas las mujeres jóvenes que correrán a mi encuentro, que guarden su primera esperanza para mí. Que mis esclavos digan “fue un buen amo”, que mis amos digan “fue el mejor esclavo”. Que crean que soy un gran hombre y que sea cierto, aunque ciertas niñas del valle guarden cartas que no respondí. Que me aplaudan y me apene; que sea mi adversario, y no el tiempo, el que me de la razón. Que tu rostro se ilumine cuando me mire.

viernes, marzo 10, 2006

Vagamundo

Al diablo lo delatan sus pies, su olor a azufre, su belleza y su soledad. En ese orden. Así lo demuestran los distintos testimonios que dan cuenta de su existencia: la mujer que lo encontró en el elevador a solas, el hombre que durmió con él, la pata de cabra en el retrovisor del joven taxista. También el asesinato irresuelto, la aliteración en la vanguardia, las mujeres pelirrojas. Si usted llegara a encontrarlo, no dude en reportarlo. A usted lo delatarán su amor propio, su egoísmo, su deseo de riqueza y su poco amor al prójimo. Nunca en ese orden.

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¿Le gusta a usted el amanecer? Lea esto:
EL AMANECER
¿Le gustó? Vuelva a leerlo.

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Los viajeros en el tiempo volvemos con las manos heladas y el pelo blanquecino. Guardamos cierto olor que el jabón perfumado no logra ocultar –el neutro lo fija y nos mancha la ropa –. Dormimos en galpones, entre la paja, en los aposentos de Luis XVI. Abandonamos todo lo que llevamos en los bolsillos antes de regresar a casa –la carta hallada a Malmenor fue enviada a Consejo y se le ordenó nunca más volver a viajar-, por miedo a olvidar quiénes somos en realidad. No hay listones en los árboles ni bienvenidas. Sólo volvemos y esperamos. Querríamos quitar el vapor del espejo y mirar. No querríamos quitar el vapor del espejo y mirar.
Hoy, que persigo a Malmenor –“soy un fugitivo temporal”, escribió en las paredes del Consejo -, que he recibido la orden de capturarlo vivo, de ir a donde él vaya, recuerdo que no llegaré a cenar. Los viajeros en el tiempo carecemos de puntualidad.

viernes, febrero 10, 2006

Llagado de su sonrisa


Querida señorita Evangeline Lilly:
Después de mucho reflexionar he llegado a la conclusión de que usted y yo tenemos algo en común: los dos hemos estado perdidos. Como usted, allende mi ciudad natal yo también tuve que declarar, frente a una recepcionista de hotel polaca de mirada compasiva: we’re lost. No tuvimos que acampar a mitad del pequeño parque cercano a la estación del tren, ni defendernos de sujetos extraños o cazar nuestro propio alimento, pero casi. Eso sí, comimos en un McDonald's levantado en medio de una cueva y muchas veces nos hicimos entender a señas. Por lo que, en términos generales, comprendo por lo que está usted pasando. Así que desde aquí mis más sinceros deseos porque no se la coma un oso polar.
Le comento además que mi invitado del mes, el señor Owen, tiene unas palabras para usted, señorita Lilly, que no por casualidad están varadas y le salieron en verso:

Como a la mano hecha a los espinos
La hiere con su gracia la rosa inesperada,
Así quedó mi duelo
Crucificado en tu sonrisa.


Espero le gusten, porque es de un pequeño libro del señor Owen sobre un pobre marinero que, como usted, naufragó y al alba se descubrió en una isla desierta y árida.

Queda de usted

Aldo Iván

PD. Para estar en sintonía con el momento, le mando esta breve misiva dentro de una botella que arrojaré al mar. Ah, y como para usted señorita Lilly, un día es igual al otro, le propongo que también para su linda persona todos los días 4 sean domingos.

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Dia Diez, LLAGADO DE SU SONRISA.

domingo, febrero 05, 2006

Ignorantina

Datos sobre el pueblo estadounidense, según recopilación de David Brooks para La Jornada, a propósito del informe que el presidente Bush presentará ante el Congreso de su país el próximo siete de febrero, también conocido como "el estado de la Unión":
"Mientras tanto, el pueblo del país 'más avanzado' del planeta está un poco confundido. Según sondeos reportados en varios medios, hay una gama de indicadores preocupantes, para algunos. Sólo 40 por ciento de los estadunidenses cree en la teoría de la evolución; 13 por ciento sabe lo que es una molécula. Una quinta parte de los estadunidenses aún creen que el sol gira en torno de la tierra, y aproximadamente una mitad sabe que los humanos no vivieron en la misma época que los dinosaurios. Otras encuestas como una de la revista Time revelan que 59 por ciento de los estadunidenses cree que las profecías apocalípticas de Juan en la Biblia se cumplirán, con casi todos creyendo que subirán al cielo en el éxtasis final. [...]
Algunos simplemente ya no pueden leer. El mes pasado la evaluación nacional de alfabetización adulta realizada por el Departamento de Educación del gobierno federal registro que sólo 31 por ciento de los egresados de universidad demostraron un nivel eficiente de poder leer y analizar textos en inglés. La última vez que se realizó este estudio nacional, en 1992, 40 por ciento demostró esa habilidad".
La nota también da cuenta de la poco limitada libertad que los americanos piensan tener, de lo justificado que es el espionaje gubernamental, de la demasiada libertad de prensa de la que gozan y de la necesaria represión contra las manifestaciones antibélicas. Ah, y de las ganancias de ExxonMobil en estos tiempos de guerra, cuyas utilidades en 2005 fueron de 36.13 mil millones de dólares, es decir, un crecimiento del 42% con respecto al año anterior.
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Dia Cinco, VIRGIN ISLANDS.

jueves, febrero 02, 2006

La cuenta de mis muertos

Contra la más reciente película de Steven Spielberg se han lanzado duras críticas que, tras lecturas atentas, descubren a individuos más propensos al prejuicio y a la toma de posturas extremas. Es razonable que la duda surja cuando Munich no es abordada por apellidos como Coppola o Stone, sino por aquel que ha rubricado las peripecias del arqueólogo aventurero o las tribulaciones de un pinocho del futuro próximo. Tendría que tomarse con reservas.
El problema se presenta cuando, después de ver el resultado en pantalla, se elevan las voces que exigen del director lo que antes le reprocharon por La lista de Schindler o Rescatando al soldado Ryan: la toma de postura. Se le acusa de suavizar a personajes que, se argumenta, actuaron “…sin pesadumbre, de acuerdo con una fe y unos mandatos específicos…”[1], o de tener miedo a señalar y denunciar, llegando a estar, la película, “…empapada en el sudor de su idea de equidad…”[2], habitando el colmo en el que “…el único partido que Steven Spielberg toma alguna vez es el partido del cine”[3].
Sin embargo, las faltas que se le atribuyen son, por mucho, los logros de una cinta que no sólo en lo técnico resulta ser de buena hechura. Las dudas que asaltan a los cinco miembros del equipo de Avner Kauffman no sólo humanizan a los sicarios israelíes, sino que crean el justo contraste con la férrea determinación de aquellos que los mandan, quienes, pese a sus servicios prestados, los desconocerán hasta negar su existencia si es que ello es necesario. Spielberg toma un riesgo enorme para su discurso hasta ahora correcto y complaciente: el estado de Israel no sólo combate fuego con fuego, sino que, en última instancia, parece hacerlo a ciegas.
El ser humano duda porque razona, y no podemos afirmar que aquellos ceñidos a una fe –teológica o militar, o ambas– no se descubren a sí mismos perturbados por la noche, como si la convicción de que no dudan fuera más necesaria para nuestra tranquilidad que para los miembros de la Mossad. No sabemos si dudan, pero no podemos afirmar que no dudan. Y Avner, Carl, Steve, Hans y Robert se preguntan sobre lo que los constituye como hombres, antes que como sicarios. Avner solicita las pruebas que inculpan a sus objetivos, Carl quiere saber quién realmente les vende la información (¿la CIA, la Mossad, los franceses?), Robert no comprende la ley del talión que están aplicando. Aunque los sicarios reales no hayan hecho tales preguntas o elaborado dichas reflexiones, los personajes se vuelven alegorías sobre la búsqueda de una verdad que terminará asesinándolos o casi volviéndolos locos.
La lucidez con la que se expresa la primer ministro israelí Golda Meir al inicio de la película, termina siendo sólo el discurso que legitima la acción, arrojando a los convocados bajo ese discurso a actuar igual que aquellos que combaten. Conviviendo por necesidad miembros de la OLP con los hombres de Avner, éste último tiene una discusión con el líder de aquellos, que le recuerda la necesidad de tener un hogar. Desestimándolas en boca de un palestino, Avner encuentra las mismas palabras en boca de su madre: la lucha de Israel está justificada porque siempre es necesario un hogar. Luego entonces, y ésta es la parte del discurso de Spielberg que más incomoda, la lucha de los palestinos también está justificada.
Pero además están los intereses que Estados Unidos, a través de la CIA, defiende; la organización familiar francesa que trafica con información clasificada; la holandesa freelance que sintetiza la lucha por la sobrevivencia; los terroristas palestinos que son buenos padres o traductores de textos clásicos de literatura; el hombre que asesina y procrea.
Al final, Israel ya no es aquel inocente pueblo judío masacrado por alemanes, sino el Estado que propicia, por negarse a negociar, la muerte de sus atletas, y que achaca a los otros sus faltas. Un Estado que no escatima recursos para imponer su voluntad envuelto en su discurso de superioridad –la civilización contra la barbarie–.
Munich es, entonces, una película que merece ser vista varias veces para alcanzar a comprender lo que Spielberg argumenta entre líneas, brumoso a simple vista como sus Torres Gemelas que, aunque redundantes y efectistas, insisten en la necesidad de reflexión antes que en la condena y descalificación por no decir lo que se quiere escuchar.
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[1] Montiel Figueiras, El sabor del otro, en Confabulario, número 92, 21 de enero de 2006, p. 13.
[2] Leon Wieseltier, Atentados. En torno a Munich, de Steven Spielberg, en Letras Libres, número 86, Febrero 2006, pp.100-101.
[3] Ídem.
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Día Dos. EL MAR VIEJO

miércoles, febrero 01, 2006

Correveidile colibrí

Esta mañana me sorprendo con el blog tan desnudo
que temblamos (mi blog y yo).
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A Gilberto Owen, en una franca falta de respeto que, paradójicamente, encierra mi entero gusto por él.
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Dia Primero, EL NAUFRAGIO.

martes, enero 10, 2006

Desde el barandal

Cuando fui tribuno

Soy feliz como el hombre que devora su nido,
sabio y decadente como aquel que a la luz de una vela
descifra un antiguo mapa de sí mismo. Viajero del tiempo
que abraza a sus amigos hasta volverlos
días de arena y nubes –yo también fui polvo del
polvo, armadura contra la nada-. Por eso hoy quiero
que me nombren rey del verano perdido.
Emperador de cartón, carnaval sin luz.
Soy un gran hombre.


Alicia Parker Mills (1907-1950). Por la comunicación que mantuvo con su esposo en su movilización al frente durante la Segunda Guerra Mundial, se sabe de lo terrible que era para él la estadía en combate. Mills, partidaria del conflicto bélico, alentaba a su joven esposo y le pedía que no tuviera miedo, que fuera valiente, que hiciera a cada hora, en cada momento, la guerra. Es con la muerte de su superior y el acto heroico -aunque inútil- por salvarlo, que “su soldado” –como le gustaba llamarlo- es ascendido y puesto al frente de un grupo de combatientes. El tono de las misivas se recrudece: el pánico y una lucha febril contra él se manifiesta en cada una de ellas. Mills no puede ya sino compartir la desesperanza y el desasosiego de su esposo, y en una carta fechada el 15 de mayo, le escribe: “Hoy pude comprenderte. Descubrí un ligero viento escurridizo agitando las cortinas, un sol que reposaba su viaje entre la sombra. Hoy los tuve, y me imaginé perdiéndolos. Entonces pensé en ti”.

viernes, enero 06, 2006

A Cabina, en sus tres años

Los adultos nos llaman flojos.

Pero nosotros conocemos el trabajo y permanecemos despiertos hasta el amanecer, laborando en el gran campo azulado para que no falte nunca el jardín del sol por encima de los jardínes de los hombres.

Nosotros, aunque nos llamen perezosos, conocemos el trabajo arduo, sabemos qué significa arar, desde el principio, el más grande de los campos que día a día cubren las ortigas.

Nosotros sabemos cuánto se cansaron las doradas manitas de los rayos de luz para construir estas alegres ciudades de flores con abiertos balcones de rosas y altos campanarios de lirios.

Los demás únicamente ven los rayos y las flores.

No saben nada acerca de nuestra fatiga y de nuestras lágrimas.


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Tomado de Ritsos, Yannis, Sueño de un mediodía de verano, trad. Selma Ancira, FCE, México, 2005, pp. 42-43.