lunes, diciembre 10, 2007

Hombres al sol

a manera de Soler Frost

Tomábamos una infusión de ajenjo, después de un magro desayuno en el Ciruelo Blanco, cuando Po, herbario y viejo amigo de la familia, dio un ligero soplo sobre su tazón, queriendo no enfriar la bebida sino verla agitarse. Luego suspiró. De un tiempo a esta parte, querido A, he adquirido cierto gusto por las oraciones unidas por dos puntos, dijo. Fluyen: brazos de un mismo río separados vereda atrás, que vuelven a unirse no a capricho, sino a su tiempo: misterioso eso como el amor que sientes por E (cariño y ausencia), o la inescrutable piedad de Cristo para ustedes los cristianos. Después abundó en la tristeza que le causan los seguidores de Osho, en el abuso de su inocencia, y yo continué con mi comentario del día anterior sobre el segundo capítulo de La imitación de Cristo, de Kempis. Nos escuchamos. Luego guardamos silencio; ya no dijimos más.

lunes, diciembre 03, 2007

Cuando perdimos Roma

A mi equipo editorial en Mediaciones, con cariño.
A Luis, Jan y Gargo.
Exmerare fortuna non est.
Flavio Marcelo, "Apuntes sobre Zama"

Sometimes you gotta fight when you're a man.

Kenny Rogers, "Coward of the County"
They say ev'ry man must fall.
Bob Dylan, "I shall be released"

Así departían juntos.
Odisea, Canto XIV.

La propuesta de ver el primer partido del torneo me causó gracia. Se añadió, como para convencerme: no hay que confiarnos. Pregunté sonriendo si era para tanto, y el equipo me miró como si no entendiera yo nada. Un torneo de fútbol en una universidad humanista me parecía tan fuera de lugar como un concurso de oratoria en un colegio de mudos. Al final, pensaba, los partidos terminarían siendo una rutina combinada entre los tres chiflados y los hermanos Marx, con un filósofo a mitad del campo imitando a Groucho –diciendo: “Camus pensaba que el fútbol no producía nausea, pero Sartre sí” –, mientras los demás pateábamos una naranja, porque ya para esas alturas el balón estaría descansando en una azotea cercana, o de plano ponchado en un rincón. Fue por eso que le propuse al consejo de la revista que por aquella época dirigía, que formáramos un equipo para participar en la justa. Correr sin ton ni son detrás de una pelota, era eso lo que necesitábamos.




Decliné la invitación pero pedí que me mantuvieran informado. Pretexté quedarme en la oficina para revisar algunos textos, pero en realidad me senté encima del escritorio y observé. Después de un rato saqué un trapito y limpié la superficie en la que había decidido iría el trofeo que pronto ganaríamos. Qué mejor lugar para exponerlo que arriba del archivero con llave que con tanto esfuerzo nos habíamos adjudicado –hasta una estampita con el logo de la universidad tenía–: nuestro segundo triunfo al hilo después de la oficina con baño, y antes del trasto viejo con cara de PC que la universidad nos concedió, cuya utilidad quedaba de manifiesto cada que arrojaba menos datos que una brújula y un compás mal empleados. Y como mi propuesta de decorar las paredes con un cráneo de buey o la cabeza disecada de un venado había sido olímpicamente ignorada, decidí que el trofeo sería un sustituto aceptable, aunque con mucha menos personalidad.
El parte me fue dado minutos después de terminado el encuentro. Tuve razón cuando pensé que quizá podría equivocarme. Marcello resumió el evento así: Dux facti sfera est. Cundió el pánico. Apunto estuve de proponer que saliéramos a practicar pases con un frutsi, cuando un compañero, por lo demás blanco y reservado, delineó la táctica a seguir para nuestro primer partido: jugar ordenados. Recordé que el orden había dado grandes logros a empresas pequeñas y a veces dadas por perdidas, así que no tuve ningún inconveniente en ello, salvo que me explicaran cómo habríamos de llevarlo a cabo. Básicamente que no te muevas de tu lugar, me dijeron. Nada parecido a prenderle fuego a Roma, pero casi.
Mi disfraz de coordinador de ataques –una actitud, los mismos pantalones– fue tan sorpresivo que el equipo se miró entre sí y movió la cabeza. Había practicado mis palmadas en la espalda, mi manoteo al aire, mi dedo extendido como estatua romana señalando el rumbo de la batalla, la escueta recompensa y el duro reclamo –que en otra circunstancia le llamarían amor–, los trabucos cuyo ánimo conciliador a primera vista no es tan claro. Pero mi dirección técnica se vio ofuscada cuando tras el silbatazo inicial la posibilidad de salir airosos parecía más bien desvanecerse en el aire: nuestro principal eje de ataque –en realidad el único– estaba en el centro de la acción con una banca nada confiable –el director técnico incluido–. Parecía que la táctica no iba a alcanzarnos. En una mala coordinación la defensa dejaba pasar al hombre y a la pelota –uno u otro, nunca los dos, nos aconsejó nuestro ordenado auxiliar técnico, y yo lo secundé– que al momento de la definición era vencido por los nervios, o su mala puntería, o por un ligero recargón en la espalda. Los nuestros esperaban un exceso de confianza en los rivales, una envalentonada que los hiciera jugar con líneas adelantadas, practicar paredes arriesgadas, enfrascarse en jugadas utópicas, momentos todos ellos ideales para robar el balón y atacar por las bandas, acompañados al centro por un rematador que sólo tuviera que empujar el esférico. Así resistían, salían avante, brunos, romos.


Pese a todo pronóstico, cual David contra Goliat el quinteto iba eliminando contrarios con la armonía de una columna romana en las últimas horas de Cartago. Hasta ese momento no había sido yo necesitado dentro de la cancha por lo que, instalado en una franca comodidad en la que nadie reparaba, disfrutaba a mis anchas del espectáculo. Embargado por la emoción, a veces me descubría aplaudiendo los túneles del equipo contrario. Me sentía yo Napoleón pasando revista a mis tropas antes del asalto a Waterloo, tal como lo describe Víctor Hugo, y a punto estuve de decirle a mis hombres, como el emperador, que el día más feliz de mi vida había sido el de mi primera comunión. Entonces fui requerido.
Mi breve participación permitió un gol del equipo contrario y evitó otro, por lo que puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que mi presencia en el campo fue por momentos buena y por momentos mala. Debió ser el equilibrio de mi juego lo que provocó que uno de los contrincantes, terminando el partido, llegara hasta mí, me tomara la cara entre sus manos, y viéndome fijamente, dijera: Camarada: cree en Dios y en la vida sencilla. La complejidad y el sinsentido de la frase me conmovieron y, si no fuera porque no venía al caso, hubiera llorado.


Con todo, y a pesar de mí, pasamos a semifinales. El circo romano desplegó sus recursos escénicos –un balón, dos porterías– y el fragor y la algarabía estaban por convertirse en uno. Mal y tarde comprendí que la diversión tendría que ir alejándose conforme avanzáramos en las etapas del torneo. Las huestes gastronómicas habían batido a sus rivales con maestría de pasteleros, y las hordas comunicólogas trazaban vasos comunicantes entre las piernas de los contrincantes, por lo que nuestra sobrevivencia en la contienda dependería menos de la chanza y más de la concentración y el buen juego. Casi nada.
Mi pequeña y variopinta compañía, yo incluido, me hacía sentir menos un emperador y más un Ulises irresponsable persiguiendo una Itaca redonda y algo pateada. Antes de que nos convirtieran a todos en cerdos, en aquel día decisivo, cuando el rugido de las expectativas inundaba ya los pasillos, cuando de los barandales los filósofos colgaban sendo cartelón con la leyenda: winning is nothing, mientras que los literatos hacían lo propio colgando el suyo que rezaba: tierna es tu torpeza, cuando algunas comunicólogas colaboraban con el ánimo del personal vestidas de porristas, cuando Boris boteaba entre los asistentes, recordándonos que ni siquiera la derrota es gratuita, en fin, que cuando el confeti y las serpentinas acentuaban el aire festivo de la tarde, engalanando su ligera suspensión con algunos giros de tristeza, reuní al equipo, les pedí que formaran un círculo, y a manera de alegato final contra nuestros captores, les dije: Como diría Balzac, seamos realistas. Y les hablé de la reticencia del cura Hidalgo para entrar a la Ciudad de México, de los irreductibles galos y su pócima mágica, de por qué a los osos no les pican las abejas, de cuando me caí en el baño, y ellos me hablaron de sus amores imposibles, de que nunca habían ido a Disneylandia, de lo cara que se ha puesto la vida, y después nos abrazamos, hicimos como guacamayas, y decidimos que el trabajo en equipo sería la mejor forma de defendernos.


La suerte estaba echada. Resistimos los primeros embates con un esmero que arrebataba aplausos –sobre todo de nosotros mismos– y el uno a cero nos hizo lo que los bárbaros a Roma. Pero sus voces de pájaro confundían –como lo hicieron antes–, y el dos a cero nos tomó por sorpresa. La pequeña columna se rehizo, impidió el avance bárbaro por los carriles laterales, reacomodó la primera línea de ataque, y en la retaguardia se colocaron hombres más frescos. Al esmero algunos le llaman fortuna, recordé que decía Escipión el Africano, cuando el dos a uno nos colocaba del lado de los embates con futuro. Sólo el tres a uno nos desfondó.
Perdimos. Era la primavera del 2005, ciertos ciclos estaban por cerrarse, el aroma de las cocinas echadas a andar envolvía el terreno de juego, y en el sonido local comenzaban ya los primeros acordes de "El cobarde del condado."
No miento. Algo parecido a todo esto que cuento, sucedió.

viernes, noviembre 23, 2007

¡Anda la osa!

1. Entrelíneas es un buen programa. Lo recomiendo. Pero, por favor, explíquenme: ¿cómo se les ocurrió grabar el programa sobre literatura negra y género policiaco en el Reclusorio Oriente? ¿Alguien en la producción, con debilidad por lo ingenioso, pensó: como en las novelas negras o policíacas siempre hay un crimen, vamos al lugar donde veraniegan los criminales? ¿Creyeron que era el equivalente a ir a Sinaloa a grabar un programa sobre literatura y narcotráfico? Luego, supongo que para profundizar en el tema, pidieron que los internos dijeran a la cámara qué estaban leyendo. Oh, decepción: resultó que la mayoría lee o la Biblia o libros de superación personal. ¿Qué esperaban que leyeran? ¿Resuelve el misterio? ¿Crea tu propia aventura? ¿Querían sorprenderlos subrayando párrafos de Papillon? ¿Recitando poemas de Libertad bajo palabra? O de plano sí esperaban que alguno de los reclusos dijera algo así como: “justo ayer mi abogado de oficio y yo comentábamos que el ejercicio de Fuentes en La cabeza de la hidra, de intercalar en la trama a Shakespeare, es actualizado en la última novela de Rivera Garza con poesía de Pizarnik, pero sin la misma contundencia.” ¿O acaso, pillines, fue más bien un guiño de humor negro, muy propio del género? Porque tampoco resultó.

2. Después del 2 de julio de 2006, la democracia perdió la gracia. Me explico: de un tiempo a esta parte, el IFE quiere convencerme de cambiar mi credencial de elector con comerciales donde aparece gente que se supone se parece a mi, y que piensa cosas que se supone también pienso yo. Son comerciales muy correctos, y me piden amablemente que coopere, porque conmigo, “nuestra democracia crece y crecemos todos.” Con ciudadanos tan sin chiste, y con frases tan poco pegadoras, no saben cómo extraño a los habitantes de Villa del Voto. ¿Qué habrá pasado con la familia Casillas? Según recuerdo la conformaban el señor y la señora Casillas, junto con los niños Casillas, y corrían aventuras democráticas con un didactismo a prueba de moralejas baratas, digno de Abelardo y su pandilla en Plaza Sésamo. Si salieron del aire por falta de ideas, cuestión de haberme dicho antes, que acá les dejo unas bien ingeniosas: en uno de los comerciales, la niña Casillas preguntaría si puede llevar al abuelo a votar, y la señora Casillas, educándonos, respondería que eso no es posible, porque las urnas deben estar vacías, y la del abuelo ya está llena de sus propias cenizas. En otro, la acción se desarrollaría en el kinder de Villa del Voto, que bien puede llamarse Pulgarcito, por aquello de la tinta indeleble, en el que los niños realizan –qué más– conteos rápidos. Y ya en el colmo de la risa loca, el hijo adolescente de los Casillas puede comparar el ir a votar con tirarse un gas, porque tanto el voto como el gas buscan ser libres, pero también ser secretos.

3. Buenos Aires, 16 de noviembre. Agencias. “Los diablos azules siguen atormentando a Charly García, y esta vez la víctima fue nada menos que su colega islandesa Björk cuando se toparon en un hotel bonaerense. Según reportó la prensa local, el vergonzoso incidente tuvo lugar a las dos de la madrugada del martes en uno de los salones exclusivos del Hotel de Alan Faena en Puerto Madero. Sin motivo aparente, el músico argentino reaccionó de manera violenta y le gritó ‘¡Qué carajo me mirás!’ cuando ella pasaba por su lado con sus asistentes y le ofreció una sonrisa. En ese momento, García bebía junto con amigos y repetía palabrotas en inglés, mientras intentaba ser controlado. Luego, le arrojó un vaso con whisky que golpeó a Björk en una de sus piernas sin causarle daño. Sin embargo, restó importancia al hecho y hasta –según testigos– le causó gracia la figura ‘larguirucha y desaliñada’ de Charly.”
¿Qué aprendemos de todo esto? Primero, que el “qué me ves” es universal. Segundo, que si uno va a andar aventando el whisky, preferible que sea uno barato. Importado pero barato. O de menos bueno pero barato. O de plano que no sea whisky, como el que venden en almacenes don Manolo.

4. Tengo la ligera sospecha que mi generación creció convencida de que las islas son como las dibujaban en Condorito, un breve montoncito de tierra donde apenas caben una palmera y dos personas. Sólo así me explico que parte de las duras críticas a la tercer temporada de Lost se refieran al “increíble” tamaño del asoleado lugar donde están varados, con un generalizado: “¡Ay, sí! ¡Ora resulta que son dos islas!”, en el mismo tono que mi generación utilizaba, allende las horas de formación de la primaria, cuando descubrían que alguien estaba diciendo mentiras. De nada sirven los alegatos que le recuerdan que, muchas veces en la serie, los personajes han dicho que para llegar a un determinado lugar tardarán medio día, o un día entero, y que guardan agua y víveres para el camino, por lo que es perfectamente comprensible que desconozcan no sólo la extensión total de la isla sino sus linderos. Más creíbles le parecen a mi generación las vívidas columnas de humo negro, las combis que arrancan sin gasolina, y que allá en Michoacán, despuecito de Tepateo, siga el pueblo de Simedejo.
Preferible ser cabeza de ratón que cola de león, dicen los que saben –y no precisamente mi generación–, así que, contra los que creen que perderse en una isla se resuelve buscando la siguiente estación del metro, me uno a la digna minoría que descree del Big Bang, que sí cambiaría una o dos cosas si volviera a vivir, y que si el clima pronosticara para hoy el fin de los tiempos, aun así sembraría flores de hojas papillonáceas. Los dejo con una bonita postal de nuestro carismático líder -this charming man, dirían los Smiths-:


miércoles, octubre 10, 2007

Cosas que se aprenden de madrugada

Leda y el cisne


A sudden blow: the great wings beating still
Above the staggering girl, her thighs caressed
By his dark webs, her nape caught in his bill,
He holds her helpless breast upon his breast.

How can those terrified vague fingers push
The feathered glory from her loosening thighs?
How can anybody, laid in that white rush,
But feel the strange heart beating where it lies?

A shudder in the loins, engenders there
The broken wall, the burning roof and tower
And Agamemnon dead.
Being so caught up,
So mastered by the brute blood of the air,
Did she put on his knowledge with his power
Before the indifferent beak could let her drop?

Yeats.

Hubo, además, un campo semántico, una prolepsis de la cual supimos después, y una discusión bizantina sobre la entraña de las entrañas.

miércoles, octubre 03, 2007

Agencia de colocaciones

1. Oportunidad de desarrollo profesional.
A uno deberían decirle, desde un principio, lo que habrá de ser. "Usted, amigo mío, jamás encontrará el amor. Usted de allá romperá corazones, y el último en romper será el suyo. Usted de aquí a mi lado abandonará sus sueños por la comodidad. Usted, el que va entrando, no será nadie, y de cualquier forma ya lo es. Usted se suicidará justo a tiempo, usted no cantará mal las rancheras, usted consolará, usted creerá en Dios y nunca se le manifestará, usted no morirá del todo, usted será rico pero nada tendrá."
Entonces uno podría ser libre, y no tendría que ir golpeando puertas a media noche, buscando la felicidad.

2. Excelente ambiente de trabajo.
Me abruma la soledad. Pero no la soledad del escritor, que es más silencio que otra cosa, sino la de las casas vacías, las fotografías tiradas a media calle –en Praga los recuerdos de alguien desfilaban por la acera buscando el camino de regreso a casa. En una de aquellas placas aparecía un grupo de personas y el dueño, con marcador, había pintado cruces sobre algunas cabezas. ¿Por qué se marca a la gente con una cruz? Si su dueño descontaba muertos, ¿por qué no pidió que lo enterraran con ella? Al volver a verlos les diría: Pero mira hombre, si nada nos hizo la vida. Un suspiro. Un dolor y una caricia, alternadamente–, esas cocinas con vajillas para doce donde sólo come uno.
Mis personajes, por ejemplo, están solos, y se quedan solos, o se aferran a lo poquito que consiguen para no estarlo del todo. Pero yo los condeno a que vivan solos –tengan para que aprendan–. ¿Triunfará alguna vez el amor en uno de mis cuentos? ¿Triunfará el amor en mí? ¿Y a mí quién me condena? A veces creo que es irremediable. A veces pienso, como los pensamientos premonitorios de Vallejo, que llegaré a viejo y veré morir a la gente que amo para quedar irremediablemente viejo y solo. Quizá por eso procuro que a mis personajes alguien los abrace, o les de una palmada, o escribirlos de tal forma que al final pueda releerlos y decir: Vamos, si esto no estuvo tan mal. ¿Pero quién le palmea a uno la espalda cuando está solo? ¿Quién viene y le toma a uno la cara entre las manos? (Dicen que al morir, el ser más querido viene por uno. ¿Pero entonces quién vendrá por mí? ¿El que más me quiso, o al que yo más quise? Acaso, después de todo, vea venir brincando a Rey, que me enseñará que allá en el otro mundo sus dientes no le molestan más.)
Existe una pista, sobre Congreso de la Unión, en la que el sol va a reposar sus últimos minutos sobre enormes nubes rosadas, con azules que expiran lentamente y largos dedos de luz detrás de ellas. Cuando uno va corriendo y entra en la curva que mira hacia esa parte, al salir de ella parece que uno persigue al sol, y a las nubes, y a la luz. Si estoy viejo y solo, y el fin del mundo me sorprende corriendo -¿por dónde se mete el sol, Libertad? Por donde siempre, señorita. ¿Pero cómo se llama ese lugar? Y a él le da igual, él se mete y ya–, quiero que sea en esa pista, a esa hora, pisando grava.

3. Salario base más comisiones.
Ojalá que mi vida sea siempre así:
El día lleno de sol, o suave de lluvia,
O tempestuoso como si se acabara el mundo,
La tarde suave y los grupos que pasan
Observados con interés desde la ventana,
La última mirada amiga puesta en el sosiego de los árboles,
Y depués, cerrada la ventana, prendido el candelero,
Sin leer nada, ni pensar en nada, ni dormir,
Sentir la vida correr por mí como un río por su lecho,
Y allá afuera un gran silencio como un dios que duerme.

XLIX de El guardador de rebaños, de Alberto Caeiro.

viernes, septiembre 21, 2007

Variaciones sobre el horror

Siempre he sido malo para comer pepitas con cáscara. No puedo. Rebasan mi torpeza y la ponen de manifiesto. Las evito. Lo supe desde muy niño, y a temprana edad quise ponerle remedio: la delicadeza para abrirlas la sustituí por el rudo roer de la pepita con todo y cáscara. Funcionaba.
Hasta el día en que el tío Ángel me descubrió. Viéndome fijamente confirmó lo que de reojo sospechaba. “No, así no. Ábrelas”, dijo. Respondí que no podía y, sereno, desde su lugar de tío, me advirtió que no siguiera haciéndolo, porque podría salirme un árbol de pepitas en la panza.
Se apoderó de mí el terror. El susto me duró por años. Solté la bolsita y pedí uno tras otro vasos de agua. Hasta que recordé que mis papás regaban las semillas para que crecieran. Aterrado y estúpido. El tío Ángel –yo asomado desde la cocina– partía con parsimonia las pepitas. Como si nada.
Aquella noche me palpé el estómago por horas. Creía sentir las ramas saliendo por mi boca, uno como olor a tierra impregnaba el ambiente, la de jarabes que necesitaría para sacarme el árbol de adentro. Pero a la mañana siguiente no pasó nada. Ni a la siguiente. Nunca confirmé ni desmentí lo que me dijo. Me conformé con creer que había corrido con suerte.

Todavía ahora, por las noches, puedo percibir cierta dureza en las yemas de mis dedos. Cuando el sueño me vence, en el abandono de mi cuerpo al silencio profundo, siento mis manos rasposas, como envueltas en una especie de corteza. Y sonrío.

jueves, agosto 30, 2007

Happy together

Entonces me entra algo así como un amor de padre las cosas que nos pasaron cuando éramos niños Antes de cualquier acción definitiva no pasaré más de una noche con ella el remoto luchar contra la nada que las decisiones están tomadas Y le contó la historia de un antiguo rey de Moab Verdades útiles Como el que mira la hora, el que adivina Un río que ríe suena, se ríe Marzo dos, dosmilsiete Que no te derroten nunca deviene ciento volando y él Montesco entre Capuletos un hombre y una mujer capricho de emperatriz Me inundó la tristeza Todo yo era el Titanic

martes, agosto 28, 2007

Todo lo poco que sé. Todo lo mucho que espero.

Describir la realidad a veces resulta complicado. Dormimos un lunes para despertar un jueves, de febrero sigue mayo y se nos pierde noviembre para pasar de octubre a diciembre. Nos distraemos en centros comerciales, evitando la calvicie, frenando las várices, brincando de puesto en puesto, terminando de pagar el coche y arreglándonos los dientes. Nuestra libertad radica en el destino vacacional de dos semanas después de las otras 52 intentando convencer al reloj que se brinque a las 5 para llegar a las 6 y escapar del trabajo al tráfico. Se nos va la vida, como tren que un día decide seguir y seguir sin detenerse.
Simplificamos las cosas. Tachamos de malos a los inmorales, a los homosexuales, a los narcos, a los vagos y a los indios que no terminan de entender que producir el doble es mejor. Simplificamos nuestra espiritualidad con normas morales y rígidas reglas de fe que en vez de encontrarnos nos llenan de desencuentros; con la hija de los divorciados, la madre de la lesbiana, el tío del encarcelado y la muchacha que decidió abortar. Engañamos nuestra terrible ignorancia con educación formal. Y escondemos nuestra inmensa y vasta miseria detrás de un corte de pelo, un nuevo pantalón ajustado, el regalo de una despensita en navidad a la colonia jodida de al lado y alguna pastilla para adelgazar. Dejamos de indagar la complejidad que nos rodea. Dejamos de buscar entender nuestros deseos y nuestas aspiraciones. Se las dejamos a un jefe, a una marca, a un consejo televisivo. Y se nos va la vida.


Tin Dirdamal, haciendo la editorial para Replicante no. 12, Miradas al cine.

sábado, agosto 18, 2007

Grandes biografías de nuestro tiempo

Aldo Iván (1979)

En colegio de señoritas mormón y mudo honoris causa por Yodelator, trompetista invitado en Jericó y viejo numantino que al fuego llama arder, ha fundado empresa en viejas ilusiones, es creyente asiduo en el pórtico de Salomón, y suele ordenar la retirada cuando la guerra va resolviéndose a su favor. Cantó victoria en medio del desierto, predijo en Casandra un sino de amor, y dulce y matutino suaviza vientres con oliva y laurel.
Rotundo en el confort de la carencia deja dicho que no volverá y vuelve, abreva del ardid de caricias y esperanzas, añora el tibio reino bajo la falda y promete, la mano sobre el corazón cuando lo hace, que esta vez no mentirá. Montesco entre Capuletos, un costado abierto para Tomás, capricho de emperatriz, discípulo autodidacta con déficit de atención, en Teruel nos abandonó, en Cinco de Mayo volvió a amar y a la edad de veinticinco aprendió de Teógenes a dejarlo todo y no dejar.

domingo, agosto 12, 2007

Del libro del profeta Isaías

Me pasa ahora como en los días de Noé: entonces juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra; ahora juro no enojarme ya contra ti ni volver a amenazarte. Podrán desaparecer los montes y hundirse las colinas, pero mi amor por ti no desaparecerá y mi alianza de paz quedará firme para siempre. Tú, la afligida, tú la zarandeada por la tempestad, la no consolada: He aquí que yo mismo coloco tus piedras sobre piedras finas, tus cimientos sobre zafiros, te pondré almenas de rubí y puertas de esmeralda y murallas de piedras preciosas. Destierra la angustia, pues ya nada tienes que temer, olvida tu miedo, porque ya no se acercará a ti.

54, 5-14.

lunes, julio 02, 2007

martes, mayo 22, 2007

To mock a killingbird

UNO.
Callejón que une Circuito Río Piaxtla y Circuito Río Fuerte.
Lo miran. Todas a un tiempo. Las pajaritas. Él, orgullo herido –caída pública a la hora en que los niños salen de la escuela–, desde su isla de gato las espera: en el ancho barandal que limita la terraza con el mundo, serenas la cola y el bigote, confía en vencer el cable de luz que sólo por centímetros las aleja. Un mal cálculo, ahora lo sabe, deviene ciento volando y él, respeto adquirido por su color y sigilo, aguarda: dejarán de estar a salvo cuando de un salto –ese buen salto–alcance a las que lo miran, todas a un tiempo, las pajaritas, y presiente que aquella será para todos la última tarde.

DOS.
Un gato para Julio.
Debe ser como escuchar tu. Caer dormido buscando. Acurrucado olvidar. O tener hambre, pegar la boca a tu. Y ser un tibio. Una extensión de aquel. Un polizón.

viernes, abril 27, 2007

Abril veintisiete, dosmilsiete

También su ausencia es algo que está conmigo.

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[IV] de Alberto Caeiro, El pastor amoroso, en Fernando Pessoa, Poesía completa de Alberto Caeiro, BUAP/UAM/Verdehalago, México, 2000, p. 124.

miércoles, abril 18, 2007

En otro tiempo he estado aquí

ERV
Déjame recobrar la memoria del cuerpo,
su rigurosa finitud.
Déjame salvar nuestros cuerpos de sus raíces,
abatir los árboles que no soportan ya el peso del alma
y buscan su polvo, su semen de tiempo y su metamorfosis.
[...]
No tengo conciencia:
eres un espejo que me acosa, me fustiga, me oprime
la frente, la respiración, la boca:
y tu saliva es un bautismo tardío y siempre reciente,
el agua que destruye la sed
y mi sudor en vano lo combate.
[...]

Oh mía, fuego mío,
que la inundación de la música nos consuma,
que este incendio en sus mismas llamas se abandone
y que en mi ceguera estalle la luz de las manos, de la piel, del
espasmo,
los cuerpos, la noche, la vida irrepetible que no quiere volver a ser.

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5. Déjame recobrar la memoria del cuerpo (Fragmentos)
Tomado de Montemayor, Carlos, Abril y otras estaciones (1977-1989), FCE, México, 1989, pp. 47-49.

jueves, marzo 15, 2007

En buena hora, Aldo Iván

Querido amigo:
Que no te consuman la ilusión ni su impertinente ánimo de conquistador, que no haga nido en ti la fiebre absurda del amor ni su ternura. Pero si te consumen, si anidan en ti pule tu escudo, alista la espada y combate sin mucho afán su estela de marzo y jacarandas. Que no surquen tu frente deseos de emperador, que dominar al hombre sea siempre dolor y pobreza. Pero si surcan y no duele pon bajo tu lengua cianuro, huye, quema tu corazón en el fuego que a los mapas ha de devorar. Procura ir por el mundo sin esperar nada a cambio, cuida que no levanten de ti ni bustos ni memoriales. Pero si esperas que sea entonces la hora de tu enemigo, y si los levantan que sea por error sobre el mar, en el vacío de los cajones. Que no te derroten nunca, que el brazo triunfal que se eleve no sea el de tu retador. Pero si te derrotan, si aquel brazo se eleva di que tu mujer es más linda, que fundaste imperio en amores clandestinos, que nada azaroso te es ajeno. Que estás intacto.
Y si en Emel fuiste esclavo y en Cinco de Mayo pidieron tu cabeza por amor, si en los mares del Norte descubriste la tibieza y lo fugaz, si en las rutas de Oriente inventaste el truco de volar, el compuesto químico que anula la conspiración, celébralo.
Siempre tuyo,
Valdés Espinosa.

miércoles, marzo 14, 2007

28 soledades (con algunos años agraciados)

La noche que estuve tomando copas con Fidel Castro casi nos emborrachamos. Bueno, yo más. O él lo aparentaba menos, no sé, pero desde luego que había soplado. El caso es que a eso de las cuatro de la mañana, le dije: "¿Sabes, Fidel? He venido viendo en el avión -y era verdad- Forrest Gump", y me dijo: "Ah, sí -porque a Fidel le ponen películas y el Gabo le recomienda muchas-. La he visto hace unas semanas y es muy divertida", me dijo. Te cuento esto porque yo, en este mismo momento, me siento como Forrest Gump.

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Tomado de Menéndez Flores, Javier y Joaquín Sabina, Yo también sé jugarme la boca. Sabina en carne viva, Ediciones B, México 2007, p. 59.

miércoles, febrero 28, 2007

De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios

Hermanos: Aunque yo tuviera el don de la profecía y penetrara todos los misterios, aunque yo poseyera en grado sublime el don de ciencia y mi fe fuera tan grande como para cambiar de sitio las montañas, si no tengo amor, nada soy. Aunque yo repartiera en limosna todos mis bienes y aunque me dejara quemar vivo, si no tengo amor, de nada me sirve.
12, 31-13,13

lunes, febrero 19, 2007

Y en su arena leer que nada espere, que no espere misterio, que no espere

Leamos cada día de febrero a Owen como si confiáramos en él. Lleguemos por la noche a casa, y ya descalzos reconozcamos nuestros pasos dados en su número correspondiente. Día Quince. “Alcohol, albur ganado, canto de cisne del azar.” Así fue. Descubrir que el rostro desnudo, que el Lerma cenagoso, que este camino recto entre la niebla, que ese llorar frente a un retrato, se dieron, inevitables como un marino a la deriva que no recuerda haber abandonado ningún puerto. Como el que mira la hora, el que adivina, el que sabe de nosotros lo que ni siquiera nosotros sabemos de nosotros mismos.

jueves, enero 25, 2007

El Pequeño Apócrifo

Berton: Lo explicaré. No me di cuenta en seguida; lo entendí al cabo de un rato: el niño era muy grande. Enorme es poco decir. Extendido horizontalmente sobre las aguas, el cuerpo se elevaba a unos cuatro metros por encima del océano, lo juro. Recuerdo que en el momento en que toqué la ola, el rostro del niño estaba un poco más arriba que yo, y sin embargo, en mi cabina, yo debía de encontrarme a una altura de por lo menos tres metros.
Pregunta: Si era tan grande ¿por qué dices que se traba de un niño?
Berton: Porque era un niño pequeñito.
Pregunta: ¿No entiendes, Berton, que tu respuesta no tiene sentido?
Berton: No, en absoluto. Podía verle la cara; era un bebé. Además, las proporciones del cuerpo correspondían exactamente a las de un bebé. Era un niño de pecho. No, exagero. Un niño de dos o tres años. Tenía cabellos negros y ojos azules, enormes. Estaba desnudo, completamente desnudo, como un recién nacido. La piel parecía mojada, o lustrosa; resplandecía. Yo me sentía como trastornado. Ya no creía en un espejismo. Veía a ese niño con tanta claridad. Subía y bajaba, junto con las olas; pero aparte de ese movimiento general del cuerpo, el niño mismo se movía; ¡era horrible!
Pregunta: ¿Por qué? ¿Qué hacía?
Berton: Parecía una muñeca de museo, pero muñeca viva. *

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** En las imágenes, A Girl, obra del escultor Ron Mueck en la Academia de Artes de Edimburgo, durante una exposición retrospectiva de su obra -figuras humanas en escalas gigantescas- en agosto de 2006.
* Texto de Solaris, de Stanislav Lem.

viernes, enero 05, 2007

Balar

1.
Silbando van las balas. ¿Qué silban?
Una canción aprendida esta mañana.
Como niñas que se miran y separan
una media tarde, un rincón de nada.
¿Silba el borrego mientas bala? Bah.
La vida sola a solas va.

2.
Un río que ríe suena, se ríe. Oír
un río que suena que ríe suena,
reír. Ir por ahí diciendo que suena
un río que ríe al río, a la vereda y
sonreír. Son de reír así sin otro
corazón que un río que suena, sonar.

3.
En mi casa hay un león. ¿Qué caza?
No sé. Nunca he ido. Pero dirán que
digo que en tu vientre hay un león
que habla. ¿Qué dice? Que habla.
En la noche siembra flores. ¿Hembra?
Sí, hembra, pero dije flores.