viernes, noviembre 23, 2007

¡Anda la osa!

1. Entrelíneas es un buen programa. Lo recomiendo. Pero, por favor, explíquenme: ¿cómo se les ocurrió grabar el programa sobre literatura negra y género policiaco en el Reclusorio Oriente? ¿Alguien en la producción, con debilidad por lo ingenioso, pensó: como en las novelas negras o policíacas siempre hay un crimen, vamos al lugar donde veraniegan los criminales? ¿Creyeron que era el equivalente a ir a Sinaloa a grabar un programa sobre literatura y narcotráfico? Luego, supongo que para profundizar en el tema, pidieron que los internos dijeran a la cámara qué estaban leyendo. Oh, decepción: resultó que la mayoría lee o la Biblia o libros de superación personal. ¿Qué esperaban que leyeran? ¿Resuelve el misterio? ¿Crea tu propia aventura? ¿Querían sorprenderlos subrayando párrafos de Papillon? ¿Recitando poemas de Libertad bajo palabra? O de plano sí esperaban que alguno de los reclusos dijera algo así como: “justo ayer mi abogado de oficio y yo comentábamos que el ejercicio de Fuentes en La cabeza de la hidra, de intercalar en la trama a Shakespeare, es actualizado en la última novela de Rivera Garza con poesía de Pizarnik, pero sin la misma contundencia.” ¿O acaso, pillines, fue más bien un guiño de humor negro, muy propio del género? Porque tampoco resultó.

2. Después del 2 de julio de 2006, la democracia perdió la gracia. Me explico: de un tiempo a esta parte, el IFE quiere convencerme de cambiar mi credencial de elector con comerciales donde aparece gente que se supone se parece a mi, y que piensa cosas que se supone también pienso yo. Son comerciales muy correctos, y me piden amablemente que coopere, porque conmigo, “nuestra democracia crece y crecemos todos.” Con ciudadanos tan sin chiste, y con frases tan poco pegadoras, no saben cómo extraño a los habitantes de Villa del Voto. ¿Qué habrá pasado con la familia Casillas? Según recuerdo la conformaban el señor y la señora Casillas, junto con los niños Casillas, y corrían aventuras democráticas con un didactismo a prueba de moralejas baratas, digno de Abelardo y su pandilla en Plaza Sésamo. Si salieron del aire por falta de ideas, cuestión de haberme dicho antes, que acá les dejo unas bien ingeniosas: en uno de los comerciales, la niña Casillas preguntaría si puede llevar al abuelo a votar, y la señora Casillas, educándonos, respondería que eso no es posible, porque las urnas deben estar vacías, y la del abuelo ya está llena de sus propias cenizas. En otro, la acción se desarrollaría en el kinder de Villa del Voto, que bien puede llamarse Pulgarcito, por aquello de la tinta indeleble, en el que los niños realizan –qué más– conteos rápidos. Y ya en el colmo de la risa loca, el hijo adolescente de los Casillas puede comparar el ir a votar con tirarse un gas, porque tanto el voto como el gas buscan ser libres, pero también ser secretos.

3. Buenos Aires, 16 de noviembre. Agencias. “Los diablos azules siguen atormentando a Charly García, y esta vez la víctima fue nada menos que su colega islandesa Björk cuando se toparon en un hotel bonaerense. Según reportó la prensa local, el vergonzoso incidente tuvo lugar a las dos de la madrugada del martes en uno de los salones exclusivos del Hotel de Alan Faena en Puerto Madero. Sin motivo aparente, el músico argentino reaccionó de manera violenta y le gritó ‘¡Qué carajo me mirás!’ cuando ella pasaba por su lado con sus asistentes y le ofreció una sonrisa. En ese momento, García bebía junto con amigos y repetía palabrotas en inglés, mientras intentaba ser controlado. Luego, le arrojó un vaso con whisky que golpeó a Björk en una de sus piernas sin causarle daño. Sin embargo, restó importancia al hecho y hasta –según testigos– le causó gracia la figura ‘larguirucha y desaliñada’ de Charly.”
¿Qué aprendemos de todo esto? Primero, que el “qué me ves” es universal. Segundo, que si uno va a andar aventando el whisky, preferible que sea uno barato. Importado pero barato. O de menos bueno pero barato. O de plano que no sea whisky, como el que venden en almacenes don Manolo.

4. Tengo la ligera sospecha que mi generación creció convencida de que las islas son como las dibujaban en Condorito, un breve montoncito de tierra donde apenas caben una palmera y dos personas. Sólo así me explico que parte de las duras críticas a la tercer temporada de Lost se refieran al “increíble” tamaño del asoleado lugar donde están varados, con un generalizado: “¡Ay, sí! ¡Ora resulta que son dos islas!”, en el mismo tono que mi generación utilizaba, allende las horas de formación de la primaria, cuando descubrían que alguien estaba diciendo mentiras. De nada sirven los alegatos que le recuerdan que, muchas veces en la serie, los personajes han dicho que para llegar a un determinado lugar tardarán medio día, o un día entero, y que guardan agua y víveres para el camino, por lo que es perfectamente comprensible que desconozcan no sólo la extensión total de la isla sino sus linderos. Más creíbles le parecen a mi generación las vívidas columnas de humo negro, las combis que arrancan sin gasolina, y que allá en Michoacán, despuecito de Tepateo, siga el pueblo de Simedejo.
Preferible ser cabeza de ratón que cola de león, dicen los que saben –y no precisamente mi generación–, así que, contra los que creen que perderse en una isla se resuelve buscando la siguiente estación del metro, me uno a la digna minoría que descree del Big Bang, que sí cambiaría una o dos cosas si volviera a vivir, y que si el clima pronosticara para hoy el fin de los tiempos, aun así sembraría flores de hojas papillonáceas. Los dejo con una bonita postal de nuestro carismático líder -this charming man, dirían los Smiths-: