miércoles, febrero 28, 2007

De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios

Hermanos: Aunque yo tuviera el don de la profecía y penetrara todos los misterios, aunque yo poseyera en grado sublime el don de ciencia y mi fe fuera tan grande como para cambiar de sitio las montañas, si no tengo amor, nada soy. Aunque yo repartiera en limosna todos mis bienes y aunque me dejara quemar vivo, si no tengo amor, de nada me sirve.
12, 31-13,13

lunes, febrero 19, 2007

Y en su arena leer que nada espere, que no espere misterio, que no espere

Leamos cada día de febrero a Owen como si confiáramos en él. Lleguemos por la noche a casa, y ya descalzos reconozcamos nuestros pasos dados en su número correspondiente. Día Quince. “Alcohol, albur ganado, canto de cisne del azar.” Así fue. Descubrir que el rostro desnudo, que el Lerma cenagoso, que este camino recto entre la niebla, que ese llorar frente a un retrato, se dieron, inevitables como un marino a la deriva que no recuerda haber abandonado ningún puerto. Como el que mira la hora, el que adivina, el que sabe de nosotros lo que ni siquiera nosotros sabemos de nosotros mismos.