lunes, febrero 18, 2008

Para llorar lo que jamás perdimos

Dice Quirarte en su Invitación a Gilberto Owen, que la del poeta es una presencia fantasmal: que su paso por el mundo, por momentos, no deja rastros. O los evita. Siempre de viaje. No tuve tiempo de meditarlo: con apenas veinte hojas leídas, perdí el libro.
Yo no tengo como tú, querido Gilberto, jaibas bibliopiratas que amueblen sus guaridas con mis libros. Debió olvidarse, acaso lo sé, en alguna mesa del café que frecuento, o en cierta biblioteca, o terminó en alguna banca, o en el cine, abandonado.
Te haría gracia. De qué le sirve a alguien que nunca ha leído tu obra, saber que eras de Sinaloa, que tenías pinta de indio americano, y que tú, como tantos otros, tenías aptitudes para las cosas inútiles. Al antiguo dueño de aquel libro lo tomarán por lelo. Pero si miran la fotografía de Clementina Otero, te envidiarán, sin duda.
Por mi parte, en estos días haré dos cosas: como todos los segundos meses son febrero, y porque los Owen se pierden ese mes, te recordaré leyendo tus cartas de amor a la señorita Otero, y saldré a la calle a detener a quien quiera oírme, para decirle: no habrá de creérmelo, pero alguna vez, cierto libro, fue mío.
Y no lo sé, pero es posible que vuelva en mí asustado, al recorrer en sueños algún nombre: “Andador del Misterio que te Alumbra”.