sábado, diciembre 31, 2005

Y combatí contra la noche armada y soñé

Cuando la humanidad despierta yo ya jugué futbol,vestí la armadura de Buzz Lightyear y leí el periódico completo viendo caricaturas. La humanidad completa -el pelo pachón, la boca pastosa-, se sirve un café y yo ya estoy listo para la primera cerveza.
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Tomado de Enrigue, Álvaro, Hipotermia, Anagrama, México, 2005, p. 30.
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Mi pequeña nota para el año que termina. Peleó y soñó, y se ha ganado su lugar en los años por venir. Espero que el año que entra, cuando la humanidad despierte, ya haya yo jugado Risk, blandido el sable de luz de Obi Wan y todo lo demás, más veces y mejor.

sábado, diciembre 24, 2005

La virtud del hábito (y de Serafín)



Prueba irrefutable que la unión de la fuerza bruta y la experiencia (en la foto, de izquierda a derecha), cuando la virtud del hábito las junta, puede dar como resultado exquisiteces como el pavo navideño de la familia Valdés Espinosa. Tiempo también para una reflexión decembrina: sólo los pavos mueren en la víspera. ¡Que Dios tenga en su santa gloria a nuestro plumífero amigo, que ofrendó su vida –o no alcanzó a escaparse- para que la tradición en este hogar se hiciera presente un año más! ¿Que cómo se llamaba el hoy horneado? Serafín. (Quien conozca la letra, que la cante…)

martes, noviembre 15, 2005

Ahora que las bestias finalmente se han ido




Los Rolling Stones están muertos. También Dylan, Bowie, U2, Radiohead y lo que resta de los Beatles. Frente al Obelisco, convertido en monumento mortuorio de todos los idos, las sobrevivientes se congregan. ¿A qué sobrevivieron? Al exterminio inmediato, sorpresivo, de todos los mamíferos machos del planeta Tierra. Los hermanos, los padres, los esposos, perecieron en un ataque imprevisible que eliminó al 48% de la población mundial en un instante. Todos. Excepto uno. Yorick Brown, maestro en lengua inglesa, y su mascota Ampersand, un pequeño mono blanco con café, resultan ilesos de la catástrofe.
Y The Last Man, de la mano de Brian K. Vaughan, Pia Guerra y José Marzán Jr. (escritor, dibujante y entintador, respectivamente), exploran un mundo sin hombres donde las mujeres pierden intempestivamente a muchos de los que odian y aman. Vertigo, casa editorial responsable de la publicación –y división alternativa encargada de todos los proyectos de DC que caen en la definición de “comic” de autor-, presenta lo que a mi consideración es la mejor historia del 2002 a la fecha. A través de los ojos del último hombre en el mundo, observamos la recomposición social emprendida por las mujeres donde la política, la religión y los vínculos familiares se ven irremediablemente modificados en aras de permitir, en última instancia, la sobrevivencia de la raza humana.
Un ejemplo. A la desaparición de los hombres le sigue una guerra interna dentro de las sobrevivientes, donde quedan establecidos dos bandos: aquel que lamenta su repentina desaparición –las cosas que no se dijeron, la última vez que los vieron con vida –, y el que asume el hecho como una liberación otorgada por la sabiduría de la madre naturaleza. Las Amazonas, como se hacen llamar, han emprendido la cacería de travestidos y transexuales, perfeccionando lo que la justicia divina comenzó. Siguiendo el precepto amazónico, se han extirpado uno de los pechos, queman los bancos de esperma y elaboran su discurso a partir del concepto de matriarcado (“Now that the beasts are finally gone…”). Inician la persecución de Yorick para matarlo, con ayuda de su miembro más reciente, Hero…hermana de Yorick.
De amplias referencias culturales, el comic se construye a partir de una idea que, si bien no es nueva, confronta al siglo XXI con todos sus discursos incluyentes y progresivos. Ante eventos racistas, discriminatorios y hostiles, las mujeres responden de forma racista, discriminatoria y hostil, bajo un elaborado discurso democrático y culto que, paradójicamente, termina uniéndolas. Vertigo la clasifica como una obra de ciencia ficción, y no se equivoca al hacerlo. Las buenas piezas de ciencia ficción hablan del hombre contemporáneo disfrazándolo de lejanía. Las mujeres, al final, terminan siendo el reflejo y la hipérbole del hombre ausente.
La página oficial ofrece gratis el número uno de Y The Last Man en formato PDF. Puede continuarse la lectura en los tomos recopilatorios –seis hasta ahora– que recogen los tres años de esta muy recomendable serie.

lunes, octubre 31, 2005

martes, octubre 25, 2005

El hombre consciente

No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino,
por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia
Engels, acerca de Marx.
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La nota apareció en el periódico Reforma, en el suplemento Universitarios:

Apoyan a revistas universitarias
Entre las publicaciones se encontraron las del ITAM, de la UNAM, de la Universidad Iberoamericana y del Claustro de Sor Juana entre otras
Por Baruch Velázquez
Grupo Reforma

Ciudad de México (23 octubre 2005).- La Universidad del Claustro de Sor Juana realizó el Primer Encuentro de Revistas Universitarias e Independientes, en el que jóvenes de distintas casas de estudio expusieron sus publicaciones y debatieron sobre temas como censura, contenidos editoriales y distribución.
Aldo Iván Valdez, alumno de literatura del Claustro y director de la revista Mediaciones, afirmó que este tipo de eventos sirven para llegar a un mayor número de lectores. "Creemos que las publicaciones universitarias cumplen un papel importante en la formación de la conciencia crítica del estudiante, además de que hacemos público el trabajo de investigadores y creadores que se desenvuelven en las universidades", expresó.
Alfredo Núñez, de la Universidad Iberoamericana, reflexionó sobre el espacio que deberían tener estas publicaciones en los medios de comunicación."Nos enfrentamos con el problema de la distribución día con día, sin embargo, también hay gente que apuesta por nuestras propuestas, es necesario que nos apoyemos para tocar puertas y lograr llegar a un público que vaya más allá de las universidades", afirmó.
Entre las publicaciones dadas a conocer en el encuentro está Opción, del Instituto Tecnológico Autónomo de México; Asfáltica, de la Universidad Nacional Autónoma de México, así como las independientes Lenguaraz, Textofilia, Velocidad Crítica, Literal, Replicante, Arte al Día y Generación, entre otras.

Le agradezco a Baruch, un tipo por lo demás agradable y que en sentido estricto cumple con su trabajo, la mención que me dedica en su reportaje. Pero siendo un convencido de que es la palabra escrita la semilla de nuestra memoria colectiva, creo pertinente aclarar que las palabras que se me adjudican no fueron expresadas por mí en ningún momento. Platicamos, sí, y le obsequié los dos últimos números y, sin profundizar, le hablé de los hombres y mujeres que realizan Mediaciones, y de la participación de los profesores y alumnos que son, en última instancia, los que le dan vida a este tipo de publicaciones. No hablé nunca de la conciencia crítica, cosa que se adquiere no con una revista, sino en las aulas y en la vida cotidiana, si es que uno es atento al caminar por la calle o al cerrar de ojos para escucharse a sí mismo.
Su mención me halaga, pero no me deslumbra. Sobre todo al momento de descubrir una omisión aún más grave que mis “declaraciones”. Baruch no da crédito, en ninguna de sus líneas, a quienes llevaron a buen término el Encuentro de Revistas Universitarias e Independientes. La revista Registro y sus integrantes armaron las mesas, invitaron a los ponentes, consiguieron el material de apoyo y nos regalaron un bonito sobre con un póster y dos números suyos además de un diploma de participación. El esfuerzo era meritorio de una alusión, si es que dominaba la prudencia, o de un franco reconocimiento de su labor si es que los criterios editoriales, sólo por esta vez, hubieran podido quedar a un lado.
Pero puede a veces más la comodidad que la conciencia crítica. Así, Registro, siendo el organizador del evento, no tiene cabida ni siquiera por descuido en Universitarios porque, en sentido estricto, no es una revista universitaria. ¿Y yo? Yo quedo como un pequeño burgués jugando a ser Marx. ¿Pero quién no ha jugado a serlo alguna vez?

jueves, septiembre 15, 2005

Apuntes de Historia


Y a la Corregidora, ¿quién se la corrigió?
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Duda expresada por don Lucas Alamán,
durante la preparación de su Historia de Méjico,
por la amistad de la dama con los señores Allende, Abasolo y Aldama.
A tiempo retirada.

sábado, septiembre 10, 2005

Los polacos ebrios


No hay calor de hogar en medio de la nada. El camino a Varsovia se truncó, así de pronto, como un tren que se pierde a mitad de la noche. ¿Dónde estuvimos esos breves cinco minutos? Recuerdo el verde de la estación, las luces que sólo agrandaban lo profundo de la oscuridad. Fumando, esperábamos. Una polaca, cuyo polaco era mejor que el nuestro, nos hizo bajar del tren y entender, como el frío de las madrugadas cuando se acercan al rostro, que eran muchos los kilómetros lejos de casa. ¿Existió alguna vez el mundo fuera de aquel largo pasillo con bancas de madera? Puntualidad europea: el siguiente tren apareció justo a las dos de la mañana. Lo abordamos. Tampoco hay calor de hogar en medio de seis polacos ebrios. Pero seguimos rumbo a Varsovia. Jamás llegamos.

domingo, septiembre 04, 2005

1.No beberás ni fumarás ni te drogarás

Para ser escritor necesitas todo el cerebro que tienes.


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De Los diez mandamientos de un escritor,
de Stephen Vizinczey, autor de En brazos de la mujer madura.

sábado, septiembre 03, 2005

El fin de la inocencia


De niño a Rubén su abuela lo atormentaba con historias sobre el Juicio Final. La furia desatada de un dios infinitamente más grande que él se cernía sobre su pequeña cabeza. La salvación estaba con ella, con la abuela, y el grupo con el que se reunía. “De precipitarse, decía, sólo este cuarto y estas personas habremos de salvarnos”. El fin de un mundo que apenas conocía le resultaba incomprensible y abrumador. Pero pasaron los años. La hecatombe no sucedió. Hoy es ateo, ha inventado una metodología para anticipar el futuro y es dueño de una tienda por internet. Por las noches, cuando hablamos, me atormenta con historias sobre el fin…de las existencias en la tienda. Y a mí me resulta incomprensible y abrumador, y doy gracias a Dios.

Donde las bocas quieren fundar breves puertos

Y nos reímos un poco torpes, un poco avergonzados de nuestra
[creación,
como los niños que habíamos matado, aquellos dos por donde
[pasamos
para llegar a esta mirada
hermosa y vacilante de ahora.

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Fragmento de La Bella Durmiente, de José Carlos Becerra.

viernes, septiembre 02, 2005

jueves, septiembre 01, 2005

Grande será el futuro


Éramos más jóvenes, y no hacíamos caras chistosas. La empresa era seria. Una publicación, pequeña, comprometida. Puede fallar, no fallará. Ánimo encendido: cierta tarde de finales de agosto, unas tijeras, un pritt y varias hojas en blanco resolvieron los problemas de edición. ¿La imprenta? Una papelería en la esquina, fotocopias. El Che abría, Mario presentaba, seguía yo y cerraba Javier. Después todo era creación. Vendíamos salón por salón, de mano en mano. Puro costo de recuperación. De pronto la autoridad, el clandestinaje, las precauciones y, sí, el encuentro final: Laura, maestra de Anatomía, a mitad de su clase, los argumentos, la discusión, la suspensión provisional de la revista. El final se precipita: los directivos prohíben no sólo la venta, sino la impresión de un siguiente número. Las cartas condicionales se nos presentan y debemos firmarlas, advierten. ¿El delito? No pedir permiso. ¿El contenido de ese primer número? Poemas. La poesía necesitaba permiso. Iconoclastas se llamaba la revista, y tuvo sólo un número. Pero quedó la amistad, y el gusto por hacer caras chistosas. Así como Calvin, así como Hobbes.

La incesante vacilación de Lemdel. Uno

El labrador y el caballo
Cuando el Divisionario dijo, quien no quiera combatir que regrese a su casa, Lemdel dio media vuelta y volvió a la aldea caminando. En el trayecto descubrió que la guerra había abierto sus propios caminos, y uno de los más acabados era aquel que se dirigía a su casa. Cuando llegó no encontró aldea, ni casa, ni nada de aquello que antes fuera suyo.
Sin un lugar dónde dormir aquella noche, y conciente de que las palabras del Divisionario no eran en realidad una opción, Lemdel y su túnica parda se dirigieron al camino más próximo. Se detuvo en medio y miró a la derecha y a la izquierda. Hacia arriba estaban los arbustos y el Divisionario; hacia abajo el pueblo vecino con paredes de cal. Suspiró. Dos veces más miró, hasta decidir que él y su túnica parda visitarían el pueblo vecino.
La vecindad era un decir. Día y medio caminó hasta sus orillas. Justo a la entrada, desde lo alto, miró. Nunca estuvo en el itinerario del Divisionario. Pagaron los tributos, reorientaron sus casas hacia el oeste, nunca dijeron las palabras que no podían decirse. El pueblo estaba abandonado. Descendió la pequeña montaña en la que estaba. Cuesta abajo poco a poco fue viendo las casas más de cerca. Puertas y ventanas habían quedado abiertas, los fuegos apagados con poco cuidado, la comida recogida. En los naranjales la cosecha había sido rápida o detenida, no sabría decirlo, pero colgaban aún muchas frutas. Lemdel se sentó afuera de una de las casas. Escuchó.
A lo lejos comenzó a ladrar un perro. Ubicó la ruta del sonido y caminó hasta encontrarlo. Era un labrador negro. Con el mismo asombro de Lemdel, miró el pueblo vacío. Corrió, olfateó, se detuvo. Lemdel volvió a sentarse afuera de la misma casa y el labrador lo siguió. El silencio era más grande que el mundo en ese momento. Había naranjas por el piso; tomó una y le ofreció la mitad. ¿Qué hacer ahora?
Escogió una casa, entró en ella y se descalzó. Avivó el fuego. El camastro cercano fue cómodo. Al despertar había llovido, hacía frío, y una leve neblina lo habitaba todo. El labrador fue tras él cuando comenzó a recorrer el pueblo. Decidió que lo más conveniente era buscar algo de comida e ir hacia las villas, sólo hasta que el Divisionario cruzara la frontera. Al fondo del pueblo encontró las caballerizas, y su alegría fue grande al descubrir un caballo olvidado por alguien. Cerca de la calle de las ventas recordó haber visto una carreta. Fue por ella y le reparó la rueda izquierda. Apretó y aseguró las riendas para el caballo, colocó cestas con fruta y panes; se preparó para el viaje.
Aquella tarde conoció la historia. Encontró el libro en la casa más grande, hilado y de escritura mezclada con ilustraciones. Miró las hojas a la luz de la tarde encendida y después a la luz de una vela. La tinta y su coloración roja contaban la historia del pueblo, los días del origen, los obstáculos del héroe y una tragedia doliente como pocas. Las formas subían en curvas rojas, como estallando, o bajaban sobre cuerpos pálidos azulosos. Contaban una aventura, un cisma y una vuelta a la sustancia. Formas como torres se partían y colapsaban, y al siguiente instante aparecían unidas por tonos carmesí afanosos. Algo vio Lemdel en aquel libro. Creyó entender una grandeza, una útil necesidad de construir y no irse nunca. Las estrellas brillaban alto ya cuando lo decidió: repoblaría la aldea hasta verla hecha una ciudad. Será tan grande, pensó, que el Divisionario no la destruirá nunca. Era tarde para el inicio del plan. Con la cabeza entre plumas y paja, sobre el camastro escuchó cómo comenzó a llover.
Nunca lo había hecho, pero intuyó que fundar una ciudad no era tarea sencilla, así que lavó su rostro muy de mañana, ató bien su túnica y se calzó. Planeó un viaje por los pueblos vecinos hasta la gran ciudad, buscando habitantes para la aldea. Las veredas se habían vuelto lodo y el frío le contrajo el rostro. Halló a su caballo húmedo y muerto en medio de la caballeriza sin techo, y comprendió inmediatamente que eso no estaba bien. Volvió sobre sus pasos hasta la carreta, y guardó cuantas naranjas entraron en su bolsa. Junto con la carreta abandonó las cestas, la fruta y los panes. En otra pequeña bolsa de piel curtida guardó el libro, atado de arriba abajo y hacia los lados. Caminó a la vereda más próxima y esperó sentado a que algún transporte pasara por allí.
-¿A dónde vas, viajero? –le preguntó uno.
-A Mózoc - respondió Lemdel.
-Hasta allá no vamos, pero te dejamos en el pueblo más cercano - respondió otro.
Lemdel vaciló. Miró el camino que lo llevaba a su pueblo.
-No, hacia allá no vamos; allá no queda nada. Bajamos, no subimos. ¿Vienes?-.
Lemdel, su túnica parda y el labrador subieron. Entre los aparejos iba ya un hombre. Lemdel se acomodó junto a él y los caballos comenzaron a andar. Les propuso en su mente que juntos repoblaran la aldea, pero al abrir la boca los carreteros comenzaron a cantar. Dudó un momento. De espaldas a ellos y frente a su compañero tomó una naranja, le quitó la cáscara, y entre el vaivén aturdidor del camino desayunó. Los árboles pasaban haciendo sombras.
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Publicado originalmente en AGUILAR, Lourdes, Carmen Carrillo (et. al.), 400 años del Quijote, intr. Guillermo Lescano y Adriana González, UCSJ, México, 2005.

miércoles, agosto 31, 2005

Los otros días


Hoy, después de mucho tiempo, Asael ha vuelto a mi casa. También está Rubén. Recuerdo la última vez que trabajamos juntos, un fin de semana que comenzó un viernes por la tarde y terminó un lunes por la mañana. Tres días encerrados, revisando mapas, haciendo cuentas, construyendo matrices, elaborando futuros probables. Cuando el cansancio nos agobiaba, uno dormía, el otro dictaba y el restante escribía. Así hasta que alguno se cansaba más de la cuenta y los ojos se le cerraban; entonces se despertaba al que dormía, ocupaba su lugar escribiendo o dictando, y el más cansado ocupaba la cama. El trabajo sufrió algunas modificaciones posteriores, hasta que finalmente se publicó en Contralínea número 4, en cinco páginas que reproducían, integro, el producto resultante de aquel largo fin de semana. No hacía mención de las madrugadas en vela, del pacto de no comer hasta terminar, de los ceniceros al tope. Para hablar de ello nos basta con vernos para comer y beber y reírnos y recordar. Para eso, después de mucho tiempo, estuvimos los tres en mi casa.

jueves, agosto 25, 2005

La casa de la víspera

Migración

Volverás del imperio absoluto y tu mujer,
alondra, inmediatez, alisará el nido.
En sus brazos soñaras una derrota, canto de ave
huyendo. En la retirada dormirás.


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Alicia Parker Mills (1907-1950) nació y murió en Devon, Inglaterra. Escritora de las cosas comunes, elaboró toda su obra entre la Primera y la Segunda Guerras Mundiales. Sus temas recurrentes son la vida cotidiana, el asombro de la monotonía y la guerra como única solución a los fantasmas personales. Sus posturas bélicas le ganaron rechazos constantes a su obra entre los círculos literarios de su tiempo. Ama de casa, nunca salió de Inglaterra, donde murió consumida por el cáncer. Sus dos libros publicados son La casa de la víspera y Desde el barandal.