jueves, junio 30, 2011

Picnic con animal de casa


Las mujeres que tienden
sus cuerpos al sol,
¿qué esperan de mí?

Sus sueños llevan sombra
a seres voluntariosos
que nunca son como yo.

La tierra imita sus formas,
brotan de semillas

que no requieren luz,

y si sonríen,
si desnudas al oído

niegan haberme conocido,

dejan ver esa raíz
de donde nacen
el consuelo, el dulce alivio,

el tintineo
emitido por lo frágil
justo antes de romperse.

Me llaman
con cariño,
y voy.

Las miro y después,
ser vivo sediento,
al abrevadero regreso.

En el agua vive
un hombre
parecido a mí,

que siempre
tiene mi edad, que juzga
como juzgo yo,

que sincroniza
conmigo
su respiración.

Él vive
en ese mundo
donde todo está resuelto.

jueves, junio 23, 2011

Lumbre


Más oscura la tierra cuando una lengua se pierde. Una noche cerrada sobre una noche cerrada. Tinieblas. Ir por el mundo a tientas sabiendo de él ya nada. Nuevo mundo, mundo apenas. Sólo esta luz a lo lejos: el brillo de la materia consumiéndose, ardiendo en hogueras, palpando esa misma materia con manos de lumbre, entregando su forma a la nada. Nueva nada, nada apenas.

Amarillo fuego, rojo fuego, blanco fuego, y en medio de aquel fuego, lengua habitada de conjuros. Al final meras lenguas de fuego, brasa resuelta, rescoldo sin remedio. Frente a mí y encima de mí y a mis espaldas un negro silencio. A la distancia un mundo luminiscente dejando un hueco. En breve tampoco esto podré decirte. En ese resplandor desaparecen para siempre tu nombre, mi nombre, nuestro amor, su misterio.

jueves, junio 16, 2011

Fama


No voy a decirte lo que dicen los hombres enamorados.
Mis planes son otros.
Iré abriéndote las piernas
con el ardid de la inspiración inminente,
con magia barata,
recitándote la carta de amor
que otras más ya me habrán rechazado.

Para mí es rutina.
Para ti será la noche que has soñado
desde que tenías diecisiete,
cuando recortaste del periódico
mi retrato
por primera vez.

jueves, junio 09, 2011

Crianza


De aquella noche recuerdo que conocí a dos chicas que jugaban polo. Una de ellas menstruaba una vez al año y tenía una risa contagiosa, la otra tartamudeaba si le metías la mano entre las piernas, o si le preguntabas algo acerca de su madre. Castañas finas. Dejamos la fiesta y fuimos a meternos al hotel ese donde, en otro tiempo, tú rezabas antes de metértela en la boca, y yo me esforzaba por ser simpático sin lograrlo.

Nos desnudamos. Se sabían de memoria todas las partes del caballo y todas sus enfermedades y me las recitaron, luego una montó a la otra mientras me explicaba, muy a grandes rasgos, las reglas de su anhelo. La que estaba en cuatro coceaba. Una o la otra relinchó, o quizás las dos, al mismo tiempo. Me reí de buena gana y luego se me paró.

Animales buenos, yo les prometo que mi sexo aliviará sus temores, pero corren el riesgo de quedarse sin brida y sin freno y amarme locamente y sin remedio. Mis palabras fueron tan ciertas que lloraron, y lloraron, y lloraron. Buscaron consuelo, las suavicé con mimos (pero ya eran suaves), las hice mías con el fuete caliente de la necesidad.

Al alba decidimos regresar a la fiesta. Llegamos. El fuego lo había consumido todo.

jueves, junio 02, 2011

Séfora




Lo único que quiero hoy es echar una ojeada a esos pájaros
de fuera de mi ventana.
Raymond Carver


Era casi de mañana cuando te descubrí mirando los pájaros. Por entre las cortinas tus ojos grandes espiaban a la cuadrilla, gorriones ingleses variopintos afanados en abrir con el pico el grano, girando el cuello, viéndolo todo de lado, cuidándose por tiempos los flancos. Barullo, aletazos. A los más pequeñitos los llamabas hermanos, pero al más grande le pusiste mi nombre, y en otro idioma, repetidamente, le pedías que no se fuera. Él, me contaste después, te observaba fijo y atento, como si te entendiera.

Tu mano agitó la tela de más, sin querer, y se echaron a volar. Así se van las horas negras, dijiste volviendo a la cama con los pies fríos y el pelo recogido. Hecha un ovillo a mi lado cerraste los ojos, algo así como una sonrisa surcó tus labios, y te pusiste a escuchar el trino a lo lejos. Después de un rato tú también cantabas. Luego planeaste hasta el comedero, picaste y comiste, soltaste la cascarilla vacía del alpiste, tomaste agua y casi de inmediato algo gutural, arcaico, hacia mí, gorjeaste. No te hice caso. Miraba la sombra que detrás de aquella cortina se asomaba, sigilosa. Insistías en decirme no sé qué cosa cuando la tela se movió bruscamente. Entonces nos retiramos.