martes, enero 10, 2006

Desde el barandal

Cuando fui tribuno

Soy feliz como el hombre que devora su nido,
sabio y decadente como aquel que a la luz de una vela
descifra un antiguo mapa de sí mismo. Viajero del tiempo
que abraza a sus amigos hasta volverlos
días de arena y nubes –yo también fui polvo del
polvo, armadura contra la nada-. Por eso hoy quiero
que me nombren rey del verano perdido.
Emperador de cartón, carnaval sin luz.
Soy un gran hombre.


Alicia Parker Mills (1907-1950). Por la comunicación que mantuvo con su esposo en su movilización al frente durante la Segunda Guerra Mundial, se sabe de lo terrible que era para él la estadía en combate. Mills, partidaria del conflicto bélico, alentaba a su joven esposo y le pedía que no tuviera miedo, que fuera valiente, que hiciera a cada hora, en cada momento, la guerra. Es con la muerte de su superior y el acto heroico -aunque inútil- por salvarlo, que “su soldado” –como le gustaba llamarlo- es ascendido y puesto al frente de un grupo de combatientes. El tono de las misivas se recrudece: el pánico y una lucha febril contra él se manifiesta en cada una de ellas. Mills no puede ya sino compartir la desesperanza y el desasosiego de su esposo, y en una carta fechada el 15 de mayo, le escribe: “Hoy pude comprenderte. Descubrí un ligero viento escurridizo agitando las cortinas, un sol que reposaba su viaje entre la sombra. Hoy los tuve, y me imaginé perdiéndolos. Entonces pensé en ti”.

viernes, enero 06, 2006

A Cabina, en sus tres años

Los adultos nos llaman flojos.

Pero nosotros conocemos el trabajo y permanecemos despiertos hasta el amanecer, laborando en el gran campo azulado para que no falte nunca el jardín del sol por encima de los jardínes de los hombres.

Nosotros, aunque nos llamen perezosos, conocemos el trabajo arduo, sabemos qué significa arar, desde el principio, el más grande de los campos que día a día cubren las ortigas.

Nosotros sabemos cuánto se cansaron las doradas manitas de los rayos de luz para construir estas alegres ciudades de flores con abiertos balcones de rosas y altos campanarios de lirios.

Los demás únicamente ven los rayos y las flores.

No saben nada acerca de nuestra fatiga y de nuestras lágrimas.


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Tomado de Ritsos, Yannis, Sueño de un mediodía de verano, trad. Selma Ancira, FCE, México, 2005, pp. 42-43.