Qué triste pronuncian tu nombre las cosas que fueron tuyas. Como si no te conocieran, como si jamás te hubieran visto. Se refieren a ti con un rápido ademán de manos, con un abrupto cambio de tema, con un pasar de hojas descuidado.
Pero bien que te recuerdan, las cosas. Bien que tejen contra ti una trama rigurosa de obviedades, o te guardan a capricho un mal intencionado silencio. Hacen mutis en cierto preciso instante, alaban sin querer otras formas, desean secretamente haber pertenecido a alguien más, para no contemplarme en la rutina estéril de las reconstrucciones.
Sí, quisieran olvidarte de golpe todas las cosas. Quisieran deshacerse de ti, ponerte un alto, un hasta aquí furioso y melancólico, un rebelarse de su monotonía de cosas, las cosas. Yo las dejo que sueñen. Yo las dejo que piensen que eso es posible. Yo las dejo que te llamen en silencio en el frío de la media tarde, a la hora en que nadie las aprecia tanto como tú solías hacerlo.
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