Algo tuvo que ocurrir
para que tú y yo fuéramos ricos:
el deslave descubriéndonos
los templos, una plaga
tan pujante como el rédito,
ese meteorito de diamante
que en secreto conservamos.
Nuestro hermano el heredero
lejano y tieso por la mañana,
tus palmas y tu lengua de uralita
y esa brava y latente sumisión
que elevan tu valor en los mercados.
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