jueves, marzo 15, 2012

Hansel y Gretel


Y serán los dos una sola carne.
Marcos 10, 8

Como dos niños ávidos, perdidos
En la busca de algo que no saben.
Gilberto Owen



Aquella vez comimos de tu carne,
rompimos nuestra vieja y limpia alianza
devorándote en silencio, de prisa,                      
albos y ceñudos y ya incapaces
de decirnos algo distinto, porque
sólo huesos salían de nuestra boca.

Esperando todavía el prodigio
de un camino en el camino, abismados,
asombrados con nuestra propia estampa         
de niños tontos puestos a su suerte,                    
en medio de calzadas y avenidas,
mendicantes de luz y de victoria,

te fuimos arrancando los pedazos.
Tu mano asiendo mi mano y con ellas
señalando lo profundo del corte,
dividiéndote a ti en partes iguales,
tú por elección y lengua propia eras
ofrenda y lance y río y llaga expuesta.

Tu pecho en carne viva alimentaba
otras ambiciones, otros temores,
otras carencias. Mina abierta al hambre,
saliva de hormigas y de diamantes,
leve dulzura de la mansedumbre
o madre veneno, o virgen o mártir:

de tu regazo de sangre anegado
bebíamos el ángel y el león,
el águila y el toro; abrevadero
de la profecía, alta alquimia, mundo
que terminas en las fauces abiertas
de otro mundo, pronto supiste lo obvio:

que en cada bocado yo masticaba
tu encanto, tu himen, la niña que fuiste.
Entre los dientes no se disolvía
tu asombro, se astillaba piedra fina
herida de causas, cicatriz como
cueva apretada abierta por mi lengua,

rincones donde este nativo hambriento
probaba orín sagrado, aliento dulce,
vientre y grupa desprendidos por orden
tuya, lepra impuesta, un árbol de carne
deshojándose al tacto, deshebrándose,
cebándome de almíbares y bilis.

Hermana: de un tirón o lentamente
arrancabas la pïel de tus párpados,
te hacías legión y no me bastabas,
lanzabas muda tu lengua a la lumbre
y en la lumbre crepitaba, iba dando
de voces, soltaba baba y secretos.

Se deshizo así tu frente en mi boca,
así tu espalda en mi boca, tus nalgas,
tus pies y tu garganta, así tu centro,
tu orilla, tus ojos de hembra y de rabia,
así tu esfínter limpio y bruno y serio,
así holocausto y fiesta inmerecida.

En el umbral de tus horas contadas,
casa consumiéndose para siempre,
molienda hicimos de lo nuestro, hogar
de lo ausente. En el bosque helado oímos,
a lo lejos, aquellos otros nombres
que tuvimos, llamando a esos otros

cuyo rastro vinimos arrastrando,
continentes que han quedado vacíos.
Exhausto, un sueño hueco habitó en la hoguera:
la lumbre era fría, iba hablando sola,
dormida: esperaba el chillido agudo,
negro, fiero, de tu resurrección.

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Publicado originalmente en Registro # 26, "Niños y niñas", Marzo 2012. 

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