Dios guarde la hora intacta, un tigre de circo
suspendido en su salto, un último bocado sin dueño,
una empresa varada. No vuelva la hora de donde vino
ni alcance nunca el círculo en el mapa, sin cambiar
y sin morirse, fija siempre, como la voluntad del millonario:
intacta. Curada de espanto en un capelo de amatista,
en el maletín del dinamitero, en el piafar de los caballos
cuando nadie está para mirarlos. En el núcleo del incendio
intacta, en la adivinanza irresoluble intacta, húmeda
pero intacta debajo de las faldas de las vírgenes,
en la bóveda de los tesoros, en la casa demolida
y vuelta a levantar en sueños del gemelo poseído.
Que no duremos ni tú ni yo sino la hora, ¿ya lo dije?
intacta. Que no se la coman la culpa ni la envidia
ni la maten por su oro, que no pueda con ella
el ronroneo zalamero de una nueva hora intacta.
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