No sabía del veneno aunque debí sospecharlo
porque no estaban ni los criados ni los perros
y con cada trago me mirabas alacrán, luz mala,
como de incendio. El antídoto brillaba esmeraldado
en tu otra casa, estival y galáctica en el comedor
me escuchabas como no me habías escuchado nunca.
Yo te hablaba de los hombres que anhelan
en secreto la revancha, y debí parecerte de pronto
un tipo duro, frío catador de reyes preguntando,
muy así como quien no quiere la cosa,
el año de su trago amargo.
Un ritual copto para tu boda
querías,
un banquete de esmedregales, y luego un baile, y de postre
el ascua dulce de un cañaveral segado a fuego.
Yo a todo te dije que sí, que ya pronto, que después.