derrumbar la torre contigo adentro,
cruzar los pastizales donde yaces
tendida, y no voltear a mirarte,
despertarme, cobrar mi recompensa.
Sólo una máquina de hacer silencios,
o un relámpago rugiendo a toda hora,
podrán volverme un mono diminuto
y mudo, un claro signo de los tiempos.
Tu sostenido paso por el mundo
–tu autorretrato donde llevas una
flor en el pelo– sonará a lo lejos,
en cada nombre que le ponga yo a las cosas.