1. Oportunidad de desarrollo profesional.
A uno deberían decirle, desde un principio, lo que habrá de ser. "Usted, amigo mío, jamás encontrará el amor. Usted de allá romperá corazones, y el último en romper será el suyo. Usted de aquí a mi lado abandonará sus sueños por la comodidad. Usted, el que va entrando, no será nadie, y de cualquier forma ya lo es. Usted se suicidará justo a tiempo, usted no cantará mal las rancheras, usted consolará, usted creerá en Dios y nunca se le manifestará, usted no morirá del todo, usted será rico pero nada tendrá."
Entonces uno podría ser libre, y no tendría que ir golpeando puertas a media noche, buscando la felicidad.
2. Excelente ambiente de trabajo.
Me abruma la soledad. Pero no la soledad del escritor, que es más silencio que otra cosa, sino la de las casas vacías, las fotografías tiradas a media calle –en Praga los recuerdos de alguien desfilaban por la acera buscando el camino de regreso a casa. En una de aquellas placas aparecía un grupo de personas y el dueño, con marcador, había pintado cruces sobre algunas cabezas. ¿Por qué se marca a la gente con una cruz? Si su dueño descontaba muertos, ¿por qué no pidió que lo enterraran con ella? Al volver a verlos les diría: Pero mira hombre, si nada nos hizo la vida. Un suspiro. Un dolor y una caricia, alternadamente–, esas cocinas con vajillas para doce donde sólo come uno.
Mis personajes, por ejemplo, están solos, y se quedan solos, o se aferran a lo poquito que consiguen para no estarlo del todo. Pero yo los condeno a que vivan solos –tengan para que aprendan–. ¿Triunfará alguna vez el amor en uno de mis cuentos? ¿Triunfará el amor en mí? ¿Y a mí quién me condena? A veces creo que es irremediable. A veces pienso, como los pensamientos premonitorios de Vallejo, que llegaré a viejo y veré morir a la gente que amo para quedar irremediablemente viejo y solo. Quizá por eso procuro que a mis personajes alguien los abrace, o les de una palmada, o escribirlos de tal forma que al final pueda releerlos y decir: Vamos, si esto no estuvo tan mal. ¿Pero quién le palmea a uno la espalda cuando está solo? ¿Quién viene y le toma a uno la cara entre las manos? (Dicen que al morir, el ser más querido viene por uno. ¿Pero entonces quién vendrá por mí? ¿El que más me quiso, o al que yo más quise? Acaso, después de todo, vea venir brincando a Rey, que me enseñará que allá en el otro mundo sus dientes no le molestan más.)
Existe una pista, sobre Congreso de la Unión, en la que el sol va a reposar sus últimos minutos sobre enormes nubes rosadas, con azules que expiran lentamente y largos dedos de luz detrás de ellas. Cuando uno va corriendo y entra en la curva que mira hacia esa parte, al salir de ella parece que uno persigue al sol, y a las nubes, y a la luz. Si estoy viejo y solo, y el fin del mundo me sorprende corriendo -¿por dónde se mete el sol, Libertad? Por donde siempre, señorita. ¿Pero cómo se llama ese lugar? Y a él le da igual, él se mete y ya–, quiero que sea en esa pista, a esa hora, pisando grava.
3. Salario base más comisiones.
Ojalá que mi vida sea siempre así:
El día lleno de sol, o suave de lluvia,
O tempestuoso como si se acabara el mundo,
La tarde suave y los grupos que pasan
Observados con interés desde la ventana,
La última mirada amiga puesta en el sosiego de los árboles,
Y depués, cerrada la ventana, prendido el candelero,
Sin leer nada, ni pensar en nada, ni dormir,
Sentir la vida correr por mí como un río por su lecho,
Y allá afuera un gran silencio como un dios que duerme.
XLIX de El guardador de rebaños, de Alberto Caeiro.