En aquellos días lo nuestro era inmortal
y nos llamaban la sanación del contrahecho,
potencia de la tierra, reliquia de las vivas
o talismán efectivísimo para el mal oculto
en la hora venidera.
Siendo
muy honestos
tú lo merecías pero poco, inútil como el oro
en la mano de los pobres ardiste de repente
pero yo, hacía milagros: tronaba los dedos
y el caballo nacía y el arreo nacía y la misión nacía,
y estaba en mí erradicar la luz, el amor o la verdad.
A finales del siglo entré en ciudades nunca antes vistas
y mi nombre decoraba las paredes, o era nombre
para otros, o animaba parcamente las fiestas.