Desayunamos en el Benidorm
y después quisiste conocer la casa
donde habíamos crecido. Manejé
toda la noche. Entre sueños
hablaste dormida en una lengua
rara y en otra y en otra.
Dejamos
pasar una hora porque el río
estaba crecido y ninguno de los dos
sabía nadar. Guarecidos debajo
de un árbol y entre mi brazos
no dejaste nunca de interrogarme:
dime, dime cómo será la casa.