A deshoras, en el instante en que los ciclos habrán de reanudar su marcha, tras el breve reposo de la entraña animal que nos impulsa, atisbando a lo lejos las poquísimas vueltas en U que regala Dios, me he preguntado qué estarás haciendo.
A deshoras, cuando las fiestas a punto están de concluir, cuando se recogen los restos del cordero y nadie recuerda ya la inmolación, cuando al fin pasan todos los minutos y, desde el corredor, alguien te menciona de pasada, me he puesto a pensar en ti, y me he preguntado qué estarás haciendo.
A deshoras, en sitios que bajaron sus cortinas años atrás, en lugares que sólo tuvieron sentido para ti y para mí, o en un zaguán, bajo aquellos arcos, en el umbral de cierta casa, me he puesto a tocar a la puerta, y a los que atienden, temerosos de mi presencia, les voy preguntando qué estarás haciendo.
A deshoras, porque mi dolor me da vergüenza, porque nuestro amor fue siempre un meridiano clandestino, porque hablo solo y en voz alta y eso a la gente le da miedo, espero a que se apague la última luz, y entonces me pregunto qué estarás haciendo.
Y sin falta a deshoras, por valles que conducen a otros valles, por los pasillos de la cueva donde ahora me escondo, por el desfiladero que me lleva siempre a ciudades en ruinas, cotejo mapas, sigo los astros, abro un surco, prendo fuego, y justo después de haberlo hecho todo, miro una a una tus fotos, leo de nuevo tus cartas, y casi sin querer, sin darme cuenta, me pongo a insistir en ti, y me pregunto qué estarás haciendo.