jueves, mayo 26, 2011

Madrugada


A deshoras, en el instante en que los ciclos habrán de reanudar su marcha, tras el breve reposo de la entraña animal que nos impulsa, atisbando a lo lejos las poquísimas vueltas en U que regala Dios, me he preguntado qué estarás haciendo.

A deshoras, cuando las fiestas a punto están de concluir, cuando se recogen los restos del cordero y nadie recuerda ya la inmolación, cuando al fin pasan todos los minutos y, desde el corredor, alguien te menciona de pasada, me he puesto a pensar en ti, y me he preguntado qué estarás haciendo.

A deshoras, en sitios que bajaron sus cortinas años atrás, en lugares que sólo tuvieron sentido para ti y para mí, o en un zaguán, bajo aquellos arcos, en el umbral de cierta casa, me he puesto a tocar a la puerta, y a los que atienden, temerosos de mi presencia, les voy preguntando qué estarás haciendo.

A deshoras, porque mi dolor me da vergüenza, porque nuestro amor fue siempre un meridiano clandestino, porque hablo solo y en voz alta y eso a la gente le da miedo, espero a que se apague la última luz, y entonces me pregunto qué estarás haciendo.

Y sin falta a deshoras, por valles que conducen a otros valles, por los pasillos de la cueva donde ahora me escondo, por el desfiladero que me lleva siempre a ciudades en ruinas, cotejo mapas, sigo los astros, abro un surco, prendo fuego, y justo después de haberlo hecho todo, miro una a una tus fotos, leo de nuevo tus cartas, y casi sin querer, sin darme cuenta, me pongo a insistir en ti, y me pregunto qué estarás haciendo.

jueves, mayo 19, 2011

Paseo nocturno


Saldremos esta noche a mirar las estrellas. Vendrá la luz a tu rostro atravesando sitios que Dios creó aún no sabemos muy bien para qué, y el monstruo que detrás de las nubes brilla, que con su vientre de relámpagos nos alumbra, hoy no llegará.

Hoy, tomados de la mano, abriendo con tu risa este silencio, miraremos la ráfaga titilante de los astros, su paso secreto por el mundo, y ningún fantasma, de aquellos años en que no estuvimos juntos, podrá esta vez encontrarnos, porque seremos oscuros y no habrá signos que delaten nuestro avance.

No diré tu nombre. Te llamaré por los que te he puesto con el correr de los días, mirándote romper un pacto, señalar en mi mano la línea que habla de ti, reconocer entre la multitud mi aroma de cuatrero solitario, amo y señor de la nada.

Estábamos predichos para esta noche. Hablaron de nosotros en otros tiempos y con otras formas, hombres sabios y mujeres magas y un genio loco, y en su decreto inescrutable, en su antiguo designio, en el arcano visto apenas en una tirada de cartas, aparecía ya, sin falta, esta noche.

Así que saldremos. Dirás de memoria las ciudades que te han hospedado, caminarás descalza porque nadie puede contigo, y me llamarás tu dios y tu siervo, tu escudo y tu espada. Entonces levantarás tu falda y señalarás la cicatriz del territorio donde antes estuvo tu corazón, y yo te llevaré a tientas por el terraplén, te mostraré la zanja donde el obús del amor dejó un hueco profundo y estéril, y compararemos los certeros zarpazos que por poco nos han desahuciado. Esas serán nuestras nupcias. Esos nuestros regalos.